Aquella cocina

Rincón por rincón ·

«La sociedad se empobrece a velocidad de vértigo, es un efecto diabólico, contaminante y que alcanza a todo lo hasta ahora conocido»

J. Calvo

León

Lunes, 18 de julio 2022, 00:14

A sus 87 años Herminio ha decidido desempolvar la vieja cocina de carbón de la abuela Pepa. Era una reliquia olvidada al fondo de un cuarterón, bajo una manta. En su día se retiró de la cocina principal por considerar que, pese a su buen ... estado, era un elemento inútil e inservible atropellado por los nuevos tiempos de la modernidad.

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Aquella cocina salvó a un par de generaciones de la penuria, de la más absoluta de las penurias. El suelo de la casa, por falta de recursos, era de cemento 'arenoso'. Ni siquiera había recursos suficientes para que la mezcla con arena y agua tuviera las proporciones adecuadas. Tampoco había puerta en todas las estancias y las zapatillas se remendaban una tras otra con loneta, tela y caucho de rueda vieja. No había baño como tal y todo era rudimentario.

En medio de tal penuria lo único que sobresalía era la cocina, negra con cromados de 'oro brillante' en algunos pomos, siempre reluciente, de limpieza diaria. Era la joya de la corona de aquella humilde, pero acogedora vivienda. Para la época una modernidad.

Pepe y Pepa, que sobrevivieron a la Guerra Civil con una dosis de esfuerzo hoy imposible de imaginar, se gastaron todo lo que tenían en la compra de aquella cocina y la decisión nunca fue discutida.

En medio de tanta penuria aquel elemento era un oasis. Lo tenía todo. Con carbón «y cuatro palos» calentaba la vivienda. Y no era lo único. Al mismo tiempo su fuego alimentaba la cocina y servía calor a un horno que admitía un poco de todo: había días que daba cuenta de un asado y otros calentaba las zapatillas de invierno (también remendadas).

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Ese complejo armatoste metálico, tan pesado que jamás nadie se planteó alterar su ubicación y tenía dos últimos elementos de modernidad. El primero es que era capaz de calentar el agua y ofrecía un salvador grifo inferior que permitía el uso de la misma para tareas tan urgentes como la limpieza personal. El segundo, simple pero necesario, una barra metálica de lado a lado eficientemente separada y que permitía el secado de la ropa. Una delicia de la ingeniería, y un efecto indudable de las épocas más duras de las familias españolas.

Pese a todo lo que ofrecía no hubo forma de darle continuidad. «Los tiempos cambian», le comentaron las hijas a Pepa, que asumió la situación con enorme lástima. La misma lástima que impidió que fuera vendida al peso y que sirvió para conservarla en el último cuarto de las viejas cuadras.

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Sus sustitutos fueron una 'troupe' de electrodomésticos de última generación. Una cocina de vitrocerámica para cocinar, una campana extractora que hacía las mismas funciones que la ventana que abría la abuela cuando las cazuelas comenzaban a hervir los potajes, un microondas, una caldera de gasoil para tomar el relevo del carbón y un calderín eléctrico que calentaba con un botón la misma agua que hasta entonces ardía por 'simpatía' en el interior de la vieja cocina.

Hoy Europa ha recordado que nos enfrentamos a uno de los inviernos más duros. Habrá que reducir los termostatos hasta los 19º, no se podrá abusar del consumo de gas, y desde luego recargar los depósitos de gasoil supondrá asumir un microcrédito.

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La sociedad se empobrece a velocidad de vértigo, es un efecto diabólico, contaminante y que alcanza a todo lo hasta ahora conocido.

Un compañero de profesión suele utilizar el latiguillo de que este es «el último verano, nuestro último verano tal cual lo conocemos. Disfrutemos». Herminio lo refrenda, mientras pule el interior de aquella vieja cocina que ahora reclama protagonismo.

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