El meollo de este reportaje no puede ser más demoledor por muy conocidos que sean sus efectos: no hay un solo crío en casi medio centenar de pueblos de la provincia, por lo que el futuro de todos ellos es incierto, dicho suavemente. Es verdad ... que los chavales dan guerra de vez en cuando y necesitan mucha atención, pero una aldea sin gritos ni correrías es un lugar que imagino tan aburrido como el Cielo donde, según cuenta la tradición, lo más divertido es alabar a Dios y escuchar a los ángeles tocando el arpa. Un jolgorio de padre y muy señor mío. Un lugar así no tiene quiosco de chuches (ni de prensa); el edificio de la escuela vaciada se deteriora a toda pastilla; los columpios que puso la caja de ahorros o la Diputación están descascarillados y roñosos, y el silencio que inunda las calles se parece un poco al de los cementerios.
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Con todo, lo peor de la noticia es que revertir esta situación en esas y otras localidades de tamaño parecido o un poquito más grandes es literalmente imposible, lo que hace que me recuerden a esos poblados polvorientos de las películas del Oeste. Es cierto que los rapaces de hoy ya no juegan en la calle de ningún sitio porque casi todos tienen móvil y tableta para comunicarse encerrados en su cuarto y jugar a distancia con los colegas, diversión que podrían seguir practicando si en el pueblo hubiera acceso a internet, pero sin cobertura no hay futuro.
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