¿Más que un club?

Laporta, el nuevo presidente del club, un personaje ambicioso que regresa al cargo después de un efímero paso por la política, que está además en manos de un grupo de empresarios que le han prestado su aval para alcanzar el cargo, creía en campaña que el club tenía un déficit del orden de 200 millones de euros, en parte por la pésima gestión de los últimos años, en parte por la pandemia que ha afectado como es obvio a todos los deportes profesionales, el fútbol en primer lugar.

Pero la sorpresa ha sido mayúscula al comprobar que la temporada 2020-2021 ha concluido con unas pérdidas de 487 millones de euros. Con lo que, descontado el exiguo patrimonio, el pasivo es de unos 450 millones de euros. Si no fuese una sociedad deportiva y si una sociedad anónima, las normas mercantiles dictarían que la entidad está inmersa en causa de disolución, que se resolvería mediante una reducción capital para absorber las pérdidas y una ampliación de capital con aportación de fondos. Pero ¿de dónde sacar ese dinero si Laporta, al parecer, no es más que el hombre de paja de un grupo de interés?

Es lógico que Laporta no haya querido enredarse más con Messi cuando la realidad es que ni siquiera puede pagar actualmente a su propia plantilla. Los analistas deportivos han especulado con la venta de jugadores, pero, sin Messi, la renuncia a las estrellas menos rutilantes que todavía conserva sería una especie de suicidio futbolístico, en un club cuyas derrotas son consideradas verdaderas afrentas a la 'identidad nacional'. Además, el mercado futbolístico europeo, que es el potente, no está en su mejor momento, con varios grandes clubes en manos de fondos buitre (el Milan y el Inter) que no tienen empacho en liquidar sus plantillas con tal de recuperar lo invertido, por lo que hay exceso de oferta.

La solución sería que los socios del Barça, 140.000 al cierre de 2020, aportasen el pasivo pendiente. Agustín Marco ha echado las cuentas y sería preciso que cada uno aportara 3.200 euros. El consejero de Economía de la Generalitat, Jaume Giró, ha sugerido un 'crowfunding' -en realidad y en román paladino, una cuestación a escote- para recaudar unos 200 millones con los que echar a andar, pero a la vista de las finanzas de la junta directiva ha recogido velas y ya no se habla de este asunto confuso. El barcelonismo está muy arraigado en Cataluña, incluso más que la causa soberanista, y ya se sabe lo que ocurrió cuando se hizo una recogida voluntaria de fondos para pagar las fianzas de los políticos secesionistas conminados por el Tribunal de Cuentas.

Lo sucedido recuerda remotamente la historia de las cajas de ahorros, que, en vez de ser concebidas como verdaderas empresas obligadas a cuadrar los balances, se dedicaron a atender servidumbres políticas, cuando no a enriquecer a sus consejos de administración. El Barça ha buscado el lucimiento, espoleado por el nacionalismo, y nadie se ha ocupado de preguntar de dónde salía todo aquello. Han faltado en los últimos tiempos del barcelonismo empresarios solventes capaces de llevar las riendas económicas de una gran institución, que como requisito previo tenía que ser autosuficiente. Hay otros ejemplos magníficos a la vista de cómo se dirige un gran club con criterios empresariales.

Si los socios no lo remedian (y no lo remediarán), el Barça acabará en manos de los bancos. En concreto, de Goldman Sachs, que ha sido el único que ha estado dispuesto a correr riesgos que la banca española hace tiempo que no ha querido asumir. Si tal cosa sucede, el Barça habrá dejado de ser 'más que un club'.