Esta semana hemos conocido que la Junta de Castilla y León corregirá sus políticas contra los incendios, a pesar de que el mensaje que se ha venido trasladando, tanto ante los últimos fuegos de estos días en varios puntos de la comunidad como durante la ... gestión del que asoló la sierra de La Culebra, en Zamora, es que nada se hubiese podido hacer y que la causa de los desastres es de tipo climático. Una técnico forestal se lamentaba ante las cámaras y micrófonos de la prensa en Ávila: «A veces la naturaleza se impone. Hay una anomalía meteorológica y no podemos hacer más que intentar paliar los daños…» Por la mañana del miércoles, el consejero con competencias en la materia, Suárez-Quiñones, contaba esos cambios de políticas. Y por la noche del mismo miércoles, a eso de las once y media, los completaba de aquella manera el vicepresidente, Juan García-Gallardo, por una red social y anticipando las medidas de 'sus' consejerías. A pesar de las formas y de las horas, y a pesar de que con ello la idea que transmite este gobierno cada vez es de mayor descoordinación y menor coherencia y unidad de acción, en el caso de los incendios hay que darle la razón a Vox: los terribles incendios que se vienen declarando este verano no los causa el cambio climático. Y es importante que esta premisa la tengan clara nuestra administración y todas las demás. Porque si se sigue defendiendo que esto es inevitable y producto del cambio climático –tan evidente por el deshielo de glaciares o el efecto invernadero y preocupante en muchos otros aspectos–, las catástrofes de hoy en nuestras sierras y parajes nos van a parecer de gominola cuando las comparemos con las que lleguen a producirse en el futuro.
El fuego es básicamente un proceso que exige la coincidencia espacial y temporal de tres elementos: combustible, una fuente de calor para activar la reacción y un agente oxidante que la mantenga. En un incendio forestal solo podemos actuar sobre el primero, pues no podemos eliminar el oxígeno del aire ni refrescar el clima o evitar un rayo o humedecer el terreno a conveniencia. Esto es de primero de prevención de incendios. Como lo es también que dos de los tres factores que condicionan la extensión y rapidez en su propagación, lo que marca de verdad la envergadura de un incendio, también escapan a nuestro control, o sea, la orografía y las condiciones meteorológicas. Solo podemos intervenir, nuevamente, en el combustible. Es decir, en la cantidad y tipología de masa forestal que encuentra el fuego a su paso. Por todo lo cual, en Castilla y León, como en cualquier otra comunidad, los responsables de proteger nuestras vidas, nuestras casas y paisajes de la amenaza de los incendios deben ocuparse principalmente de la gestión forestal. De la prevención. Todo el año. Pero lo que sucede de alguna manera es como si al referirnos al ámbito de la salud, en estos momentos el Sacyl solo tuviera quirófanos y farmacias para curar a la población. Como si no tuviéramos casi médicos de familia, pediatras, servicios de prevención, de medicina interna, calendarios de vacunación, un sistema de trasplantes, planes de diagnóstico precoz, áreas de investigación… Las políticas de gestión forestal deberían dejar de ser paliativas o reactivas –aunque los políticos prefieran fotografiarse con helicópteros e hidroaviones y no con desbrozadores– y ser más preventivas. Se sabe desde hace muchos años, muy especialmente desde que comenzaron a producirse los grandes incendios inextinguibles. Como el de 2017, en Portugal, que acabó con decenas de vidas en una carretera llena de familias en sus vehículos devastada por las llamas en pocos minutos. Con montes llenos de toneladas de madera y matorrales como los tenemos ahora, en un verano caluroso de hace 70 o 50 años, que los hubo, también hubiésemos registrado estos incendios. El Gobierno y las comunidades autónomas, todas, no sé si mediante una conferencia de presidentes como propone Mañueco o en foros que se hayan mostrado más eficaces, deben decidir si quieren ver cómo arde y se consume entera nuestra España vaciada, abandonada (y abrasada) o conservamos alrededor de nuestros grandes núcleos de población un entorno natural, rural, paisajístico, turístico y humano mínimamente sostenible. Lo que no es digerible, en todo caso, es que se nos venda que esto no se sabía, que no hay precedentes, que nada podíamos hacer, que la culpa es del calentamiento global o cualquier otra excusa… Y que por eso vamos a contratar a más mangueristas.
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