Casi todos los bancos que conozco tienen fama de usureros, tramposos y expertos en arañar, tacita a tacita, los saldos de cuentas y cartillas. Si añadimos a esas prácticas el cierre de sucursales y el despido de miles de empleados en toda España, se entenderá ... que los que cortan el bacalao en un negocio que se hace con el dinero de los demás no gocen de la simpatía de muchos ciudadanos. Por eso dudo que abunden los usuarios contentos con un servicio imprescindible para cobrar la nómina o la pensión o pagar con tarjeta multitud de servicios, incluyendo los autobuses urbanos de Valladolid, donde no dejan hacerlo en efectivo aunque lo lleves suelto. El único banco que me reconcilia con el nombre que agrupa a todos ellos es el de Alimentos, que se lo está currando a base de bien para que la solidaridad de particulares y empresas llegue a miles de personas que las pasan canutas para comer a diario.
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Si no me equivoco, el Banco de Alimentos no reparte comida directamente, sino que lo hace a través de las oenegés que atienden a pie de calle eso que conocemos como 'colas del hambre', que encogen el alma no solo por la cantidad de ciudadanos que las llenan sino por los años que tardarán en abandonarlas, si es que lo consiguen algún día. No estaría mal saber cuántos clientes esquilmados y arruinados por sus entidades financieras forman hoy la obligada 'clientela' de esta admirable institución.
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