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«A Mañueco, cuya potestad para la convocatoria electoral es incuestionable y absoluta, le animaban mucho más las encuestas que el temor real a una nueva moción de censura»Todas las señales advertían, de forma reiterada, de que al final de la curva había un precipicio. Había avisos de todo tipo, algunos luminosos y otros en forma de marcas en el suelo y las paredes. Todos las vieron, menos ellos.
Incluso, en ... los últimos metros, una especie de lona en forma de discurso sobre la normalidad, invitaba a restar crédito a esa pose dibujada sobre una realidad contraria. Hay cosas que, ni argumentando el mejor de los discursos, pueden retorcer la evidencia.
Mañueco, el presidente, tenía decidido el adelanto electoral desde hace meses. Era lo lógico y, si se apura, hasta lo políticamente lógico y previsible.
A esa decisión, a la decisión que Ciudadanos se negaba a ver con una fe torpe y ciega, le animaban múltiples escenarios. Y todos notables, por cierto.
El PP nacional, confiado en las encuestas, precisa desde hace tiempo de una nueva victoria que remarque el camino abierto desde la Comunidad de Madrid. Castilla y León siempre ha sido un activo político para los populares, una especie de hucha que convenía romper en este momento para recaudar los ahorros de los últimos meses.
Cuando el viento sopla de cola hay que sacarle partido. De ahí el respaldo de Génova a las decisiones de Mañueco más allá de las tensas relaciones que han marcado la conexión entre el presidente del partido nacional y el presidente del partido autonómico.
Con el PP dispuesto a aprovechar el granero de votos de una de sus comunidades más afines todos sabían que antes de fin de año habría cita electoral en esta comunidad.
A Mañueco, cuya potestad para la convocatoria electoral es incuestionable y absoluta, le animaban mucho más las encuestas que el temor real a una nueva moción de censura. No estaba el PSOE lo suficientemente fuerte como para aventuras de este tipo, y mucho menos para asumir un nuevo revés que dinamitaría todo su crédito ante los votantes.
Las encuestas respaldan la certeza de que el PP, con el apoyo de Vox, será lo suficientemente fuerte como para poder gobernar de forma holgada la comunidad durante una nueva legislatura.
A ese buen puñado de razones se sumaba la certeza de que los populares nunca dejarían entrar en campaña los casos de presunta corrupción, con la 'perla negra' a la cabeza. El caso llegará a los tribunales en el 2022 y afrontar ese desgaste con Cs como aliado de gobierno era, cuanto menos, una temeridad.
La Junta fue en su día una casa 'bien mandada' por quienes no vivían en ella. Y allí nacieron no pocas malas hierbas cuyos frutos llegan ahora a las salas de la Justicia. Cualquiera que conociera las tripas de esa administración sospechaba las tropelías, la arbitrariedad y los atropellos permanentes, algunos estrechamente vinculados al mundo de la prensa. Estrechísimamente vinculados, para ser más correctos.
Visto el escenario, ciertamente, al presidente no le quedaba otra opción que convocar elecciones autonómicas. Y servía cualquier disculpa para ello, desde una supuesta negociación de Ciudadanos con el PSOE –ejem, ejem– a la presencia de un gato negro en los jardines de palacio. Había que convocar elecciones y eso era algo que todos sabían -ejem, ejem, ejem- menos la 'troupe' de Ciudadanos.
El resultado es el que es, el que quería Alfonso Fernández Mañueco. Castilla y León va directa a las urnas y el PP puede sentirse ganador desde el mismo vestuario. Solo queda por conocer el efecto que un llamamiento autonómico y exclusivamente autonómico despierta en una sociedad cada día más reticente ante la política y cansada por el efecto pandémico.
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