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Conviene ir pasando a limpio algunos acontecimientos recientes con el propósito de no caer en los mismos errores, y es que el derecho al olvido no puede ni debe borrar la historia, y menos si esta es tan reciente. Sabiendo de lo que estamos hablando, ... espero que todos hayamos aprendido ya la lección.
El hundimiento de Ciudadanos tiene en común con el fracaso de UPyD el hecho de que ambos eran partidos de laboratorio, urdidos por intelectuales que después no tomaron parte activa en el desarrollo de las organizaciones que impulsaron y que fracasaron en su objetivo. Sánchez-Cuenca publicó hace poco un artículo, «Líbranos de los intelectuales», que analizaba el fenómeno con perspicacia.
Ciudadanos fue el producto material de un conciliábulo formado por un conjunto de personalidades liberales y progresistas que, poco tiempo después de la formación del tripartito catalán en 2003, comenzaron a reunirse para poner en común el desencanto que les produjo el seguidismo de Pasqual Maragall con relación al 'régimen' heredado de manos de Jordi Pujol, en el que se seguía manteniendo una clara segregación lingüística y cultural.
En marzo de 2006 comenzó el proceso constituyente del nuevo partido, pocos meses antes del referéndum de aprobación del Estatut, el 5 de junio de 2006, y ya hubo incidentes entre independentistas y promotores de Ciudadanos. Albert Rivera obtuvo el liderazgo en el primer congreso del partido, en julio de 2006, y bajo su dirección Cs se afianzó como opción centrista y partido bisagra, logrando vencer en las elecciones autonómicas catalanas de 2017 y alcanzar 57 diputados en las elecciones generales del 28 de abril de 2019.
El discurso, siempre muy simple, se centró en el antinacionalismo catalán visceral, una tesis que no ofrecía sin embargo una propuesta transversal, de unidad, de mestizaje, de bilingüismo practicable, sino que se mantuvo en el ámbito étnico e intransigente del nacionalismo catalán más reconcentrado y radical.
Tanto fue así que Ciudadanos explotó con éxito la reacción airada del resto del Estado español frente a las intentonas rupturistas del nacionalismo catalán, y con ese discurso reactivo consiguió ser la tercera fuerza del Estado. Hasta que la realidad se impuso: el discurso de Ciudadanos pasó de ser crítico con los excesos del nacionalismo catalán a postular un excesivo nacionalismo españolista, capaz de formar frente común con el Partido Popular y con Vox y partidario incluso de la aplicación preventiva del artículo 155 de la Constitución española para la intervención de la autonomía catalana.
Y sucedió lo que tenía que suceder: los votos que en un cierto momento auparon a Ciudadanos, pasaron casi íntegramente a respaldar al nacionalismo españolista genuino, que es el de Vox. El vástago de los intelectuales fundadores se convirtió en un pequeño monstruo, que fue fácilmente engullido por la gran criatura de la extrema derecha.
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