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Inglaterra fue el primer país que definió el automóvil como coche en que los animales en lugar de ir fuera, van dentro. Ironías aparte, parece que el Ayuntamiento ha decidido convertir el bus en el arca de Noé y va a permitir que las mascotas ... se solacen por nuestra jungla de asfalto. La cuestión está verde aún y cabe preguntarse si el viaje se limitará a los chuchos o a otras mascotas como la cotorra argentina o el cerdo vietnamita. Si llevarán bozal, pagarán billete o serán galgos o podencos. Es pronto para saber cómo se va a regular, pero el asunto tiene cierto tufillo electoralista.
Los partidarios de la barra libre echan mano de la comparativa con otras ciudades como Ámsterdam o Berlín, eludiendo que allí se pagan tasas e impuestos por la tenencia de perro y las multas por incumplimiento de las normas sanitarias básicas son de agárrate que hay curvas.
Aquí las aceras están cada vez más intransitables a cuenta de esas kilométricas y extensibles correas que invitan a saltar a la comba si uno quiere seguir caminando. Las marcas de territorio canino ensucian de orines esquinas, árboles y portales, y los excrementos que los dueños no recogen hacen de la calle un verdadero campo de minas.
El sufrido transeúnte tiene que aguantarse pues ya hemos otorgado más derechos a los perros que a los niños. Y lo que deberían saber nuestros próceres es que la baza electoral no es ésa, es tener más control sobre las heces perrunas y tener las calles como la patena.
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