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La ciudad muerta
Rincón por rincón ·
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«Apenas quedan niños en los jardines y los que quedan dudan sobre si deben jugar o, simplemente, intentar imitar a sus mayores, perdidos, sin rumbo, descentrados»En la ciudad muerta los pájaros no cantan, ni siquiera vuelan, y oscurece pronto, mucho antes de lo previsto. El día, ni se conoce.
En esa ciudad, en otro tiempo alegre, se puede pasear rodeado de silencio y nada se percibe por mucho que se ... concentren los cinco sentidos.
Ahí, a pie de calle, solo queda polvo y miseria, salpicado de tarde en tarde por un poco de orgullo perdido o por un deseo de rearme que no se corresponde con la realidad ni alimenta el realismo.
En sus calles las gentes caminan como alma en pena y de nada sirve que sea tiempo de Pascua, fin de semana, Semana Santa o previa de maitines. Da igual.
Hubo un tiempo donde el bullicio se habría camino entre la muchedumbre y el alborotador ruido llegaba a ser molesto. De aquello, nada queda.
En ese lugar, oscuro pese a las luces, las persianas solo están entreabiertas y las ventanas no se mueven para evitar que el olor a incienso penetre hasta la cocina y se lleve todo por delante, hasta los recuerdos.
Apenas quedan niños en los jardines y los que quedan dudan sobre si deben jugar o, simplemente, intentar imitar a sus mayores, ahora desconcertados, perdidos, sin rumbo, descentrados.
Nadie ayuda a esa ciudad, por mucho que se diga y, más bien al contrario, los esfuerzos son simples rebuznos del figurante de turno convencido de que el mensaje servirá para distraer a los presentes o, con certeza, moverá el foco desde lo importante hasta lo irrelevante.
Y esa ciudad, no hay duda, es el espejo de toda una provincia. No, por mucho que se crea, no es una mota de polvo perdida, ni mucho menos.
La visión en 3d de 'la ciudad muerta' deja un retrato en blanco y negro, unido por todos los matices del gris hasta alcanzar la oscuridad más turbia, completa y desconcertante.
No, no es una mirada caprichosa, ni pesimista, tampoco es una irreal o retocada visión de lo que sucede. Es lo que es, la nada, y no hay más.
El pasado jueves, al mediodía, el hollín de las calles se comía a los peatones de abajo hacia arriba, desde los pies a la cabeza. Triste es la mirada y los gestos cuando se respira ese paisaje. Y a cada paso, más triste.
A un lado los comercios han desaparecido y al otro se liquidan a precio de saldo. Ese día, con la hostelería cerrada, las buenas gentes solo podían mirar al suelo. Mirar y suspirar. Sí, como almas en pena.
Hay momentos en la vida en los que el entorno merece una reflexión cierta y firme, una reflexión sin aditivos, que refleje la realidad de una forma tan realista que no admita la más mínima discusión.
No debe haber contemplación alguna ante un paisaje imposible de masticar porque solo hay polvo y tristeza.
Ya se lo imaginan… La ciudad muerta es León.
Y no es una queja tonta, ni un escrito caprichoso, tampoco es una alegoría o un dibujo retorcido fruto del ensimismamiento de quien solo se mira al ombligo. Es puro realismo, tan puro que hay quien no lo quiere ver.
León es un funeral, con mayúsculas. Y a modo de epitafio sirvan dos reflexiones del televisivo y aventurero Jesús Calleja lanzadas al aire esta misma semana:
–«Nunca vi una ciudad tan muerta como está ahora León».
–«Desconozco quién tiene que tomar la decisión, pero creo que es el conjunto de toda la política. No sólo a nivel nacional, sino también regional y local, hay que remangarse y poner foco en estas ciudades».
¿Hay alguien al otro lado?
Si lo hay, y supongo que no, puede ir tomando nota porque la realidad que hoy define a León es exactamente la que se puede intuir cuando se lee desde la primera línea hasta la última.
En León huele a muerto y, por cierto, odio los funerales.
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