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Cita en el club de alterne
Rincón por rincón ·
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«Con el paso del tiempo y el abrumador bombardeo de datos no son pocos los que han relativizado lo que sucede»Hay un pueblo de León en el que los vecinos que deberían estar confinados bajan a comprar el pan al mediodía. Lo hacen para no perder la sensación de normalidad y, al mismo tiempo, mantener la creencia de que sin síntomas, el virus no existe.
Aprovechan ese tiempo para dar a conocer a sus vecinos las últimas novedades vistas en el 'parte' del día anterior y de paso testan el sol y analizan las novedades que pudieran ser de interés en el municipio, obras a pie de calle incluidas.
En el mismo pueblo, donde hay un concurrido puticlub, los coches van y vienen, y los que conducen en el camino se entretienen. Así, como suena. Allí hacen parada y fonda vecinos y convecinos, y siempre, cumpliendo las normas, se entra y se sale con la mascarilla puesta –por el anonimato, se supone, no por cuestiones sanitarias–. Dentro, creo, se mantiene de forma cortés la correspondiente distancia de seguridad.
Es el mismo pueblo donde las labores de rastreo de los efectivos sanitarios se topan con todo tipo de sorpresas. Una de ellas, tan confirmada como las anteriores, la negación por bandera. 'Yo no estuve con esa persona (...) Yo no la conozco (...) o A mí no me tienen que hacer ninguna prueba', entre otras lindezas.
Y en el mismo lugar en el que todo esto ocurre, los sanitarios piden a la Guardia Civil su presencia para acudir a los domicilios porque, de no estar la Benemérita, ni abren la puerta para las preceptivas PCR. A otros les encuentran más fácil, están en el bar jugando a las cartas.
Y este panorama, tan irónico como rocambolesco, define la situación que se da en no pocas zonas de la provincia leonesa y por extensión, y con seguridad, en otras similares de la comunidad.
Cuando se es un niño y, con el tiempo, uno se acostumbra a los azotes. Y superada esa etapa, todo se minimiza y nada parece tan importante. Nuestra realidad tiene este perfil y desde luego no empaña el noble comportamiento de otra gran parte de la sociedad, responsable, serena, prudente, concienciada y cumplidora.
Con el paso del tiempo y el abrumador bombardeo de datos no son pocos los que han relativizado lo que sucede. Y así nos va.
No comparto el exceso verbal de Francisco Igea, los 400 ataúdes apilados en la plaza del pueblo o de la ciudad, pero sí el fondo de la cuestión. Se puede discrepar de la forma, pero no del fondo. Y tiene razón.
Sería un dislate, quizá, que ese muestrario de ataúdes recorriera toda la comunidad, que se detuviera ante los consistorios y que reposaran allí durante algún tiempo. Sería una barbaridad salvo que en el otro lado de la balanza se encuentren comportamientos como los citados anteriormente. Entonces sí que sería bueno; si no el féretro, al menos sí unas fotos.
El virus no es un hermanito de la caridad y 'solo' ha acabado con la vida de 2.200 personas en los hospitales en esta comunidad, más quienes se fueron en las residencias o en sus domicilios.
De tarde en tarde cruzo mensajes con Ana Gutiérrez. Es la hija de Antonio Gutiérrez, coordinador médico del centro de Salud de Eras de Renueva de Sacyl fallecido por coronavirus. Aún tiene cicatrices en su cuerpo y una herida que no admite cura en el corazón. Sufre tanto que solo la alivia el viento cuando recorre su rostro y tiene los ojos cerrados. Entonces imagina que nada ha ocurrido.
No hay consuelo para quien ha sufrido tanto, ni perdón para quienes creen que efectivamente nada ocurre si bajas a por el pan teniendo que estar confinado o te vas al bar a jugar a las cartas.
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