
CIRILO, DELIBES, COSSIO Y EL ANÁLISIS INSTANTÁNEO
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«Cada día que pasa son menos los periodistas que ejercen su criterio para ponderar, contextualizar y analizar los hechos y convertirlos en noticia o pieza de opinión»Van diciendo por ahí que el viejo oficio del periodismo está en trance de desaparecer. Y que el asunto es serio. Afecta de lleno ... a sus fines y valores esenciales. Cada día que pasa son menos los periodistas que ejercen su criterio para ponderar, contextualizar y analizar los hechos y convertirlos en noticia o pieza de opinión. Una función que poco tiene que ver con la 'herramienta guay' del índice de contenidos más vistos en las ediciones digitales. No es un asunto nuevo, pero si un buen comienzo para el debate. La entrega anual de los premios de periodismo siempre fue foro de discusión sobre el oficio. Pero este 2020 ha sido el año de la noticia única.
Esta comunidad cuenta con tres galardones de prestigio. El Premio Cirilo Rodríguez, para corresponsales y enviados al extranjero. El Miguel Delibes en defensa del buen uso del idioma español. Y el Francisco de Cossio en sus dos modalidades: trayectoria profesional y mejor trabajo periodístico.
La convocatoria más veterana, 36 años, está dedicada al recuerdo y homenaje al periodista segoviano Cirilo Rodríguez, corresponsal en Nueva York y Washington en la década de los 60, que transmitió para Radio Nacional de España y TVE noticias tan destacadas como la muerte en Dallas del presidente Kennedy o la llegada del hombre a la Luna. El gran Manu Leguineche, el Jefe de la Tribu, fue el primer premiado en 1984. Incontestable. El reporterismo en el extranjero sigue ahí y eleva con nota su parte del oficio. Las nuevas camadas maduran pronto y llegan con toda la fuerza. El de Nicolás Castellano es un buen ejemplo. Curtido en la crisis de los cayucos, catástrofes naturales y emergencias. Capaz, sin locuras, de arriesgar su vida para ser testigo del enfriamiento del reactor 3 de la central nuclear de Fukushima (Japón).
Guerras y hambrunas en tiempos de crisis conviven junto a las paupérrimas cuentas de resultados en los medios. Mala mezcla. No es un secreto. En los últimos años muchos periodistas y foto-periodistas españoles, enviados a zonas en conflicto, tuvieron que buscarse la vida para financiarse el viaje. Algunas ONGs y organismos internacionales corrieron con los gastos para que les acompañaran a sus misiones y contar lo que les mostraban. Es difícil ser neutral. Estos reporteros que merodean el peligro, siempre trataron de que el quebranto de independencia fuera mínimo o ninguno. Y ahí están estos premios para demostrarlo.
Alguna vez el fuego amigo llega desde la lejana redacción. El enviado especial debe rentabilizar el esfuerzo que las empresas han hecho mandándole allí, y multiplican el número de intervenciones en radio y televisión. Los editores comienzan a pedirles crónicas desde el momento que aterrizan, aunque todavía no hayan hablado con ninguna fuente, excepto el conductor que les lleva al hotel. Nunca se sabrá cuantas crónicas han abierto telediarios con las impresiones del primer taxista. Hay más. Lo asombroso llega cuando a estos reporteros se les pide que hagan un «análisis instantáneo» desde el terreno. ¿Puede existir tal cosa? ¿Análisis instantáneo? ¿No es una contradicción?
Si alguien conoce la respuesta puede que se encuentre entre los aspirantes al Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes. Su afán reside en la correcta utilización del idioma español como instrumento informativo. El 'Delibes', llega a su 24 convocatoria. Lo obtuvieron los mejores y más preparados. Como el filólogo Fernando Lázaro Carreter, el periodista Álex Grijelmo o el premio Cervantes, ensayista y periodista José Jimenez Lozano. Esta distinción lleva aparejada una cantidad en metálico a la que se hace la pertinente retención. No se ha contado y tampoco va a pasar nada porque se cuente ahora. Muy pocos días después de la entrega y parabienes entre Miguel Delibes y Lázaro Carreter, en aquella memorable cena de la Parrilla de San Lorenzo, los patrocinadores recibieron una carta del premiado en la que se pedía la totalidad de la remuneración anunciada en las bases del concurso. Esto es; sin retención alguna. Lázaro Carreter estaba en su derecho de pedir y los de la Caja en el suyo, casi obligación, de retener. No hubo más, excepto el asombro de los altos ejecutivos que leyeron aquel escrito. Su magnífica y elegante redacción. No cabía más exactitud y claridad en lo que se solicitaba con la ironía justa. En aquel papel no cabía la letra pequeña ni la confusa redacción de las entidades financieras.
Quizás la personalidad más desconocida de las tres que dan nombre y prestigio a los premios de periodismo sea la de Francisco de Cossio. Fuera de Castilla y León es frecuente confundirle con su hermano, el gran erudito taurino José María de Cossio. La cosa fue así. Avanzados los años 80 la Junta de Castilla y León acababa de nacer y necesitaba el interés de los medios locales en los asuntos regionales. El entonces portavoz de la Junta, Javier Tezanos, hermano, ya fallecido, del actual responsable de CIS, puso en marcha un premio periodístico de prestigio para fomentar los valores de Castilla y León. Pronto surgió la duda. ¿Y cómo lo llamaremos? Jesús D. Lobo, entonces periodista de la Oficina del Portavoz, pidió algunos nombres al director de El Norte de Castilla, Fernando Altés, que sugirió inmediatamente a Francisco de Cossio. Tenía méritos periodísticos, claro, pero sobre todo por una decisión transcendental, el cambio de orientación del periódico el 17 de julio de 1936, cuando el alzamiento de los militares era inminente. Cossio editorializó: «El grito de Viva España ha sido juzgado como un grito subversivo». Tres días después publicó la alocución con Mola. Y gracias a eso Francisco de Cossio «salvó el periódico» aseguró Fernando Altés. El Norte conservó la propiedad en las mismas manos. Casi 50 años después ni el presidente de la Junta, Demetrio Madrid, ni el portavoz, Javier Tezanos, los dos socialistas, mostraron el más mínimo prejuicio ideológico. Algo que les honra.
Ahora hubiera sido más difícil. Se confunde todo. A veces, sin pretenderlo. Hace tiempo que la línea separadora entre la información y todo lo demás está poco definida. Necesita un repinte. Aunque todavía es fácil distinguir algunas cosas básicas. Si comunicar o informar fueran lo mismo una de las dos palabras sobra en el diccionario. Soledad Gallego lo expresa con la serenidad de su veteranía: «La comunicación consiste en intercambiar mensajes, no en averiguar lo que tienen de cierto». Exacto. Cada uno en su sitio. Que no anden diciendo.
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