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En un círculo vicioso
En la pandemia las estrategias de inhibición no son inocuas. Generan, sobre todo entre los jóvenes y los 'antivacunas', una sensación suicida de invulnerabilidad
Antonio Elorza
Viernes, 17 de diciembre 2021, 07:07
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Antonio Elorza
Viernes, 17 de diciembre 2021, 07:07
La imagen de liderazgo de Yolanda Díaz ha sufrido dos golpes importantes. El primero, la falta de contenido en sus anuncios de que «algo maravilloso» tenía preparado con su «frente amplio», en los dos mítines de Valencia y Barcelona. El segundo, la marcha atrás repentina ... apenas pronunciada su confesión de que ella había mostrado antes del 11-M su disconformidad ante el anuncio de las manifestaciones feministas en plena eclosión de la pandemia: «Veía lo que iba a pasar» y fue tachada de «alarmista». Era literalmente un torpedo bajo la coraza de la interpretación oficial, que absolvía a Sánchez y a su Gobierno de toda responsabilidad por haber avalado la gran fiesta. Al día siguiente, rectificación en toda regla: como era de esperar, su dedo acusador señalaba al PP por crear «una polémica artificial».
Mayor calado tuvieron las declaraciones inmediatas de la ministra de Sanidad, en el mismo acto de la rectificación, para asegurar que el Gobierno había actuado de forma cohesionada y firme, acusando al PP de carecer de sentido de Estado por tomar el tema para sus críticas a Sánchez. La OMS habría avalado la política sanitaria del Ejecutivo. La consecuencia es clara: la acción del Gobierno sobre la pandemia queda fuera de toda crítica.
No parece, sin embargo, que los posibles errores gubernamentales hayan tenido una incidencia decisiva en el balance general de la pandemia, aún en curso. Las políticas al respecto de países como Francia, Alemania o Italia han registrado resultados comparables, a pesar de la transparencia de sus respectivas gestiones. Sobre el caso alemán, cabe pensar que un error de tratamiento, y sobre todo la insuficiente vacunación, estuvieron en la base del reciente sobresalto.
Las cláusulas de cautela no pueden ser menospreciadas, pero tampoco debe ser excluida la incidencia negativa de una política orientada en todo momento a salvar la imagen del Gobierno y en particular de su presidente, que nunca rectificó sus infundadas declaraciones de optimismo. La última, en el congreso del PSOE del pasado octubre, casi ayer. Y tampoco asumió el palmario error de haber admitido manifestaciones de masas: la del 8-M feminista o la del orgullo gay de 28 de junio de este año, en la cual participó el propio Sánchez, presidiendo una masa de concurrentes en Valencia sin una sola mascarilla. «Progresistas» felices hacia el abismo de toda la sociedad.
El Gobierno podrá acallar todo intento de investigación, pero es que nos encontramos ante una evidencia, que tiene detrás todas las historias de las pestes. Ejemplo, la de Milán de 1630 que aquí evoqué, y con el mismo propósito, el 16 de marzo de 2020. Una procesión multitudinaria el 11 de junio de 1630 generó la catástrofe. El virus del covid no es una excepción.
Los asesores de imagen del presidente le han mantenido siempre al margen de la pandemia, como garantía de optimismo. Está en conmemoraciones pro-víctimas, no en visitas ni vacunándose como el Rey. Las recurrentes declaraciones de que «la pandemia ha quedado atrás» y toca pensar en un futuro de crecimiento sostenible y ecológico se sucedieron en el último año y medio, sin rectificación alguna. Para su fortuna, en este como en otros temas cuenta con la inanidad de su principal oponente en el PP, que no sale de declamaciones vacías y nunca ofrece el relato documentado que le permitiría presentarse como alternativa. En cambio, su coro mediático funciona, cerrando los ojos hasta mediados de noviembre: si España está enferma, «en terapia», ello no se debe al covid, sino a las consecuencias anímicas de la plaga. Errejón proporcionó la coartada.
La estrategia de inhibición tuvo también su apoyo en aquella iniciativa de Urkullu, en tiempos de optimismo, confiriendo el protagonismo a las autonomías. Excelente: que se quemen ellos, en cuanto los tribunales regionales, como inicialmente en Euskadi, decidan frenar las restricciones en nombre de la creatividad del karaoke o del supuesto de que no es grave que los ya vacunados se contagien. El puzzle de la «confederalización», insólita en Europa, resulta más cómodo que reasumir una coordinación o, lo que es más razonable, según indicó en estas páginas Javier Tajadura, adoptar una ley orgánica que autorice restricciones imposibles con la normativa vigente.
El optimismo y la inhibición no son inocuos. Generan, especialmente entre los jóvenes y los numerosos 'anti-vax', una sensación suicida de invulnerabilidad. Libertad de contagiar como Libertad con mayúscula. Visto desde Madrid, encajan el tancredismo de Sánchez y la ausencia de todo control, practicada por Díaz Ayuso y Almeida. «Festara», vamos a la fiesta, como en la vieja canción de Iparralde. Las consecuencias vendrán luego.
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