Mikel Casal

La ciencia en España o ¡Qué inventen ellos!

«Algo no hemos hecho bien cuando habiendo investigaciones sobre la covid 19, tan avanzadas como en otros países, no hemos sido capaces de producir la vacuna»

Reyes Mate

Valladolid

Domingo, 21 de noviembre 2021, 09:02

Hace un año el mundo respiraba porque ya había vacuna contra la pandemia. En un tiempo récord, los científicos habían descubierto el antídoto contra el virus letal que se ha cobrado cinco millones de vidas. Estos días vemos cómo se limitan los desastres del volcán ... de La Palma a la pérdida en casas y haciendas, pero no en vidas humanas, gracias a la vigilancia de científicos que orientan las decisiones políticas. La ciencia aparece no solo como generadora de conocimientos, sino como la mejor defensora de la vida e ingrediente principal del desarrollo económico de una sociedad.

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Los españoles hemos tardado en entenderlo. El exabrupto de Miguel de Unamuno –«¡que inventen ellos!»– era, según Antonio Machado, la expresión racial de la cultura «de esa España inferior que ora y bosteza/vieja y tahúr, zaragatera y triste/ esa España inferior que ora y embiste/cuando se digna usar la cabeza».

El científico y académico José Manuel Sánchez Ron acaba de publicar un monumental trabajo sobre la historia de la ciencia en España con el significativo título de 'El país de los sueños perdidos'. En esa España que bosteza ha habido científicos visionarios que soñaban, despiertos, cómo sería una sociedad que pudiera pensar e investigar libremente. En el libro de Sánchez Ron quedan recogidas sus historias. Siempre tuvieron que ir a contracorriente. Los pioneros de la ciencia fueron profesores, expulsados de la Universidad por defender la libertad de cátedra. No se les permitía una opinión que molestara a la monarquía y, menos aún, a la Iglesia católica, así que optaron por crear una asociación, la Institución Libre de Enseñanza, donde médicos, físicos o biólogos pudieran investigar libremente.

Acabó siendo un potente movimiento de renovación pedagógica que aprovechando un momento de lucidez de un gobierno liberal, se transformó en la Junta de Ampliación de Estudios, un organismo público que se especializó en becar a estudiantes españoles de todas las disciplinas para que fueran al extranjero a aprender con los mejores. Becados fueron Ortega y Gasset y Fernando de los Ríos; en sus centros trabajaron científicos como Blas Cabrera, Miguel Catalá, Rey Pastor, Ramón y Cajal, Severo Ochoa… Gracias a aquella experiencia despegó la investigación científica y se modernizaron las ideas políticas y filosóficas.

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La ciencia española se puso al día y los hombres de letras se contagiaron de la cultura democrática. Como los ancestrales enemigos de la ciencia eran también los de la democracia, resultó que el Antiguo Régimen –el de la alianza del Trono y el Altar– tenía que enfrentarse a estos movimientos modernizadores. De un lado las fuerzas conservadores, con la Iglesia en la cabeza; de otro, la República, sostenida por las ciencias y las letras.

Esa complicidad de la ciencia con la República resultó mortal para la ciencia cuando triunfó el golpe de Estado franquista. Los vencedores aprendieron de la República la importancia social de la investigación científica, de ahí que mimaran su promoción, transformando la Junta de Ampliación de Estudios en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Pero como odiaban el espíritu liberal y modernizador de aquella, había que acabar con su espíritu y con su gente. Impusieron, en lugar de espíritu ilustrado, rancio nacionalcatolicismo, mientras perseguían a los científicos anteriores. Fueron privados de sus cátedras y laboratorios, produciéndose un exilio de científicos no inferior al de filósofos y escritores. La ciencia tenía que estar al servicio del régimen. Esa tarea ideológica se le encargó al Opus Dei, que veló con singular celo para que los centros de humanidades fueran ecos de la voz de su amo («la voz de Dios») y los de ciencias solo contaran con científicos adictos al régimen. El Opus llegó para deshacer todo lo que la JAE había logrado. Otra vez se frustraron sueños que pudieran habernos salvado.

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«Esta España que en deporte y en literatura juega en primera división, sigue en regional en investigación científica»

La transición política, de la dictadura a la democracia, tuvo el mérito de respetar a los científicos, independientemente de su ideología. No hubo depuración alguna, aunque, por higiene mental, sí se cerraron aquellos centros que el CSIC había creado para mayor gloria y provecho de algunas órdenes religiosas.

¿Ha despegado definitivamente la ciencia en España? Algo no hemos hecho bien cuando habiendo investigaciones sobre la covid 19, tan avanzadas como en otros países, no hemos sido capaces de producir la vacuna. No es sólo un problema del gobierno, que lo es ciertamente. Invertimos en investigación casi la mitad que los países de nuestro entorno. En estos años de crisis, países como Portugal o Grecia han incrementado la inversión en I +D, mientras que en España se ha reducido. Dedicamos un 1,24% del PIB, mientras que la media del entorno es del 2,4%, llegando en algunos países al 3% . No creemos en la sociedad del conocimiento, es decir, no creemos que el conocimiento sea un factor fundamental del desarrollo económico. Preferimos comprar patentes a inventarlas. La sabiduría empresarial estima que invertir a medio plazo es perder dinero.

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Que demos más importancia a unos kilómetros de autopistas que a promover el conocimiento científico, es una forma de decir ¡que investiguen ellos! Esta España que en deporte y en literatura juega en primera división, sigue en regional en investigación científica. No hay que echar la culpa de ello sólo a los presupuestos del Estado, es decir, a las distintas administraciones, sino al conjunto de la sociedad española. En el pasado desconfió del saber por eso, en casos de tormentas, se fiaba más de Santa Rita que del pararrayos de Franklin. Es verdad que hemos cambiado.

A nadie se le ocurre despreciar el conocimiento, como antaño cuando ser analfabeto era un título; tampoco se persigue a nadie por sus ideas, como en tiempo de la Inquisición o del franquismo. Pero los jóvenes talentos siguen emigrando porque aquí ni el sector público ni el privado les da una oportunidad. El resultado es que la distancia con nuestros vecinos en vez de decrecer, aumenta. Sólo somos competitivos, dicen las estadísticas, en el costo del trabajo del científico o enseñante, por lo mal pagados que están. En esto también necesitamos un cambio.

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