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AJesús González de la Torre, eximio pintor que fuera también torero místico, le han dedicado en Ronda la capilla de Santo Domingo. Para él solito. Ahí es nada, casi un museo para albergar buena parte de su obra. Lo curioso es que para atajar sobresaltos, ... a los visitantes les adaptan un contrapeso en el calzado ya que algunos, los más sensibles, contagiados del espíritu etéreo de su pintura, tienden a flotar durante la visita. Y, como es lógico, si flotan demasiado, podrían dar con la cabeza contra el techo y reclamar daños al Ayuntamiento.
De madre segoviana y padre rondeño, Jesús fue destetado en la sala de Velázquez del Museo del Prado y pasó los veranos de su infancia en Segovia, al lado de su tío, el pintor Torreagero, correteando por los valles abruptos de los ríos en los que ahora, de cuando en cuando, en las anochecidas, vuela una lechuza que tiene la misma cara que María Zambrano, la filósofa que, impresionada, ya escribiera sobre los cielos pintados González de la Torre, esos azules intensos del cielo castellano, casi abstractos, que Jesús traslada a sus cuadros, rasgados a veces por una nubecilla blanca con alma de vedija volandera. No sé qué misterio se esconde detrás de esas telas tan aparentemente sencillas, tan evocadoras, pero siento que algo se remueve en mi interior, que algo me trastoca cuando las contemplo. Eso debe ser el arte. Y los andaluces de Ronda, tras detectarlo al primer golpe de vista, se han llevado para gloria de su ciudad.
De manera que ahora los admiradores de la obra de González de la Torre tendrán que viajar hasta Ronda para verla. Merece la pena el viaje por el asombro que producen sus cuadros, tan desnudos, tan esenciales. Uno se alegra mucho de que a González de la Torre le abran una capilla del siglo XIV, coetánea de los Reyes Católicos. Qué magnánimos los andaluces. Uno se alegra, pero al tiempo se duele de que aquí, en Segovia, en Castilla y León, no goce la obra de Jesús de la misma hospitalidad. Y me acuerdo del romance del Cid: qué buen vasallo si oviera buen señor. También el Cid acabó desterrado en Valencia. La pintura de Jesús no sufre propiamente destierro, al fin su padre era andaluz. Pero han de saber los visitantes que se lleguen a Ronda cuando se planten estremecidos ante las pinturas de González de la Torre, que los cielos azules de sus cuadros son los cielos de Castilla que él comenzó a apreciar cuando, siendo adolescente, por razones familiares, pasó una larga temporada en Oviedo. Allí, en la distancia, bajo los cielos abrumados de nubes, tuvo Jesús la primera revelación sobre los cielos azules de nuestra tierra.
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