Soy tu churri
Abriendo el compás ·
«El conflicto de Ucrania ha declarado la guerra a las churrerías. El aceite de girasol ha subido un 250%, la harina un 50% y la luz está por las nubes»Abriendo el compás ·
«El conflicto de Ucrania ha declarado la guerra a las churrerías. El aceite de girasol ha subido un 250%, la harina un 50% y la luz está por las nubes»Uno de los pocos placeres que me proporcionaba el final de una noche de fiesta, concretamente cuando el asunto se te había ido de las manos y el canto de los vencejos anunciaba que en breve empezaría un nuevo día, era eso de meterme media ... docena de churros antes de acostarme.
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Siempre hubo quien además de apretarse aquella media docena con un chupito de mistela, por aquello de mantener los niveles, contaba que con que llegar a casa con los churros amortiguaría la bronca por aparecer en el hogar a la hora en la que el esgrimista Mayado empieza a repartir Floid.
Yo siempre he sido muy de café con leche y churros, creo que si me dieran un termo de esos de litro y medio lleno de café y una cifra ilimitada de churros, podría emular al popular presentador de 'Crónicas Carnívoras' Adam Richman y estar horas dándole al carrillo.
El primer día que llegué a mi nuevo puesto en Valladolid, mientras iba por la Avenida de Burgos, justo antes de tomar el Camino del Cabildo, vi en una bocacalle (concretamente en la calle Pisuerga) una churrería llamada Puente Mayor, de las de toda la vida, de caseta, de las de anís y aguardiente y mostrador al aire libre, que me recordó a aquellas visitas de niño al médico, que acababan siempre con unos churros y un Cola Cao.
Como no podía ser de otra manera, compré unos churros y me los aticé mientras llegaba a la emisora. Mi hijo Dimas es de esas personas que viven la vida intensamente. Para él, dormir es lo más parecido a un castigo. Es feliz madrugando. Y es la antítesis de lo que nos pasa a su madre y a mí. Yo siempre he sido de buen dormir y cuando era pequeño mi abuela Inés me decía aquello de: «el que mucho duerme poco vive». Y efectivamente quizá esa frase esté hecha para personas como Dimas, cuyo mayor deseo es irse a la cama habiendo negociado que el despertador en domingo no suene más allá de las ocho y media.
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Hemos conseguido fijar esa hora para los festivos, y en alguna ocasión (contadas con los dedos de una mano), hemos logrado ir hasta las nueve de la mañana. Algo inédito si echamos la vista atrás y nos acordamos de aquellos madrugones solo superados por el gran Raúl Rodríguez Cuadrado, que como bien saben sus oyentes, apenas duerme, y a las seis de la mañana ya se ha leído toda la prensa nacional y provincial.
Aquellos despertares no me sentaron bien. Hicieron que ganara esos kilos que me sobran y que me hacen, según mi madre, estar un poquito más «fuerte».
La realidad es que el único lujo que me proporcionaba el madrugón en festivo era el saber que la churrería estaba abierta desde las seis. Así que cogía al niño, y con la fresca nos íbamos a la churrería más próxima de casa, Soy tu churri, en el barrio de Santa Ana (de León), donde iba con mi madre cuando salía del médico. Y que bien podría llamarse la 'Ciudad Deportiva' porque en la cola, y es que siempre hay cola, la vestimenta habitual es la sudadera, pantalón de chándal o mallas deportivas, y ahí lo dejo que paso de meterme en líos.
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Al final nos íbamos para casa con una docena de churros y con el cargo de conciencia de haber desayunado dos veces, pero eso sí, felices y contentos.
El conflicto de Ucrania ha declarado la guerra a las churrerías. El aceite de girasol ha subido un 250%, la harina un 50% y la luz está por las nubes. Un oficio al que los jóvenes no se acercan y que corre el riesgo de desaparecer. Ellos, los churreros, dicen sacrificarse porque confían en que esto sea pasajero. Así que hoy les digo que sigan mi ejemplo y celebren el sábado con esa clásica media docena y un par de churros más.
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