Hay algo vagamente repugnante en oír a un chulo contar al pueblo lo inteligente que es. No es agradable ser testigo de un prepotente pasando por un ataque de autoadoración. Según numerosos estudios psicológicos, el fenómeno provoca una mezcla de resentimiento y pena. Resentimiento por ... su arrogancia y pena porque está claro que alguien que tiene la necesidad de molestar a los demás, con opiniones demasiadas elevadas de sí mismo, necesita ayuda. Quizás le vendría bien una terapia de psicoanálisis para ayudarle a borrar lo que son ideas erróneas y sin base. Digo sin base porque suele ser que los que creen que lo saben todo en realidad saben poco, o sea, son ignorantes, mientras los más inteligentes comprenden, por encima de todo, que hay tantas cosas en la vida para aprender que solo una pequeñísima parte de ellas cabe en la mente.

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Es por eso qué Sócrates, el filósofo griego, dijo hace casi 2.500 años que la única cosa que sabía era que no sabía nada. Por la misma razón, en las encuestas sobre las expectativas de los universitarios en sus exámenes, los que esperan malas notas casi siempre las sacan mejores que sus compañeros que están convencidos que van a sacar sobresaliente, aunque de vez en cuando hay algunas excepciones notables a la regla.

Donald Trump se describe a sí mismo como un «very stable genius» (un genio muy estable). De estable no tiene nada, es un narcisista con el nivel de madurez de un niño mal criado. Tampoco es un genio, si no un semianalfabeto que no deja de sorprendernos con lo poco que sabe del mundo. «¿Finlandia no forma parte de Rusia?», «¿El Reino Unido es una potencia nuclear?». Parece increíble que preguntas tan incultas pueden salir de una boca tan fea, pero así es.

Sin embargo, ser un memo no le presentó ningún obstáculo para entrar en el Wharton School, de la universidad de Pennsylvania. En un nuevo libro sobre el presidente americano, Mary Trump, su sobrina, insiste en que su tío sociópata pagó a otro estudiante para hacer los exámenes necesarios para asegurarse un puesto en el prestigioso centro académico. En otros tiempos, no hace tanto, tal acusación habría sido extraordinaria, pero hoy día es simplemente una anécdota más de lo que ya llevamos tiempo escuchando. Y es bastante posible que, después de las elecciones presidenciales de noviembre, tendremos que aguantar otros 4 años. Si Trump ha aprendido algo es que ser un chulo no le impide ser el jefe del país más poderoso del mundo.

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