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Debido a la pandemia o a la globalización, habitamos un mundo guionizado, sujeto a reglas invisibles, donde nada sucede de manera espontánea, azarosa; empezando por la realidad virtual de las redes sociales (auténticos agujeros negros de tiempo perdido) y acabando por los teatrillos artificiosos de ... la política, donde lo relevante es el 'relato', la pura palabrería, lo manifestado sobre cualquier asunto cuyo parentesco con el interés general sería indetectable incluso para el más potente microscopio electrónico. La estrategia de lo superficial, la política del mensaje previsible, con frases propias de escritores de discursos, profesionales del chascarrillo o, como resumiría Quevedo: doctos en pullas, cual mozos de camino. Pura filfa.
Algunos me transportan a lo que escribe Fernando Savater en 'La infancia recuperada' sobre el protagonista de un serial radiofónico de José Mallorquí. Aquel personaje, muy hábil buscando conflictos en cuanto pisaba un 'saloon' tejano, no se descomponía si le insultaban los matones; al contrario, seguro de sí mismo por su celeridad con el revólver, se limitaba a argüir suavemente: «Cuando me hable así, sonría, para que yo sepa que no lo dice en serio…». El matonismo como género.
No solo en el ámbito de la política, también del periodismo. Desde las variadas trincheras mediáticas a veces se difunden mensajes con ánimo de que trasciendan y perduren; el viejo afán de «a por atún y a ver al duque». Esta semana he leído una entrevista donde Manuel Jabois previene a periodistas y colaboradores de periódicos justamente contra esa tentación: «Quien crea que al escribir le va la vida y que lo que escribe le sobrevivirá, o que tiene una misión, está jodido. Tú escribe pensando en el pescado que envolverás mañana y si tendrás pasta para comprarlo».
Cuánto se rememora estos días el caso de Francisco Umbral, uno de los grandes prosistas españoles a quien infinidad de jóvenes y no tan jóvenes únicamente alcanzan a identificar por su polémica con Mercedes Milá y su salida de pata de banco: «Yo he venido aquí a hablar de mi libro y no de lo que opine el personal, que me da lo mismo». En el documental 'Anatomía de un dandy' le plantean a Umbral este asunto: lo contradictorio que resulta que alguien con una obra tan amplia y brillante acabe siendo recordado por unos pocos chascarrillos y una diatriba de chiste. Él lo justifica con displicencia y como una fatalidad inherente a otros escritores: «A mí qué más me da. A Valle-Inclán lo conocen por la barba… a Cervantes porque era manco… ¿Qué más da?».
En fin, supongo que para la realidad guionizada lo que cuenta es el ingenio, el chisporroteo de la bengala. Nada nuevo. Ya ocurría con la «prosa sonajero» que Marsé atribuía a Umbral o con las maldades del propio Umbral contra Benet: «mata de aburrimiento a las culebras», que recoge el libro 'La amistad de dos gigantes. Miguel Delibes y Francisco Umbral'.
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