Es una lástima que la palabra chiringuito, tan cálida, tan solar, tan evocadora de la libertad, del sueño del 'far niente', haya acabado siendo asociada a la política. Los chiringuitos, esos espacios a la orilla del verano, construidos con cuatro tablones y techo de cañas ... fueron el oasis de aquellas playas desiertas cuando el desarrollismo no había empezado a levantar muros de hormigón y cadenas de hamburguesas. Los primeros emprendedores de la costa en los años sesenta inventaron pequeños refugios gastronómicos a la sombra de cañas y sombrillas deshilachadas. Arroces en caldero de latón, espetones y torradas de sardinas, salpas, sirviolas, rochas y calamaretos recién pescados. Hasta la puesta de sol y hasta el amanecer. Sangrías, pallofas de gin de Mahón, licores de hierbas solares, mediterráneas, hinojos salvajes, de muchos grados de alcohol.

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Y de encuentros y tertulias interminables; de planes para dar la vuelta al mundo en velero. Dejar la oficina y la urbe y entregarse a la naturaleza en estado puro. Dormitando al sol como lagartos. Luego llegaría la temible oficina de Costas que a todos los antisistema de los chiringuitos les puso la piel de gallina con sus mediciones y excavadoras para limpiar la costa de jipis y merenderos «alegales». Pero ellos no hacían política ni vivían de la política. Ni eran jetas, ni arribistas, ni trepas de partido.

Su ideología era tan simple como dar un poco de sombra y refresco a los náufragos de la ciudad cuando vagaban tostados y perdidos lejos de su hábitat. Ofrecer un poco del narcótico que te puede hacer ver como posible romper las cadenas de producción, el semáforo y la comunidad de vecinos. Gente acogedora y legal. Nada que ver con la nueva acepción de los chiringuitos del sistema. Eso es otra cosa. Y empezó con el antiguo régimen y sus estancos o administraciones de lotería a dedo como premio a servicios prestados.

Un puesto de funcionario para toda la vida en la Sanidad, la Educación (bedeles), Correos, Telefónica. O en Prisiones, o un kiosko de prensa. Ya se ha visto y se sigue viendo con normalidad, en la operativa de los partidos políticos. Se llama: pesebre. Y donde realmente se ha convertido en práctica habitual es en la administración autonómica. Es la gran teta de los partidos en el poder. De ella maman amigos y parientes. En realidad es nepotismo, pero como está generalizado nadie protesta. Excepto cuando el beneficiado se llama Toni Cantó. Hablan de la «nueva política», de renovar y modernizar el sistema, de los vicios del bipartidismo. Sí. Pero siguen colocando a sus amigos, parientes, fieles, a vivir del dinero público en cuanto tienen a mano un presupuesto.

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