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Si el liderazgo político es la expresión natural de la cultura democrática, el mesianismo es la consecuencia irremediable de la deriva demagógica. Mesianismo adaptado a la idiosincrasia del contexto sociológico del país al que se dirige, o por mejor decir, mesianismo a la carta, capaz ... de disfrazar de democracia el modelo de dictador con urnas que encarna Nicolás Maduro en Venezuela.
O ese que apela a glorias pasadas para hipnotizar a pueblos que perdieron su condición de elegidos y que habita en territorios ayer poderosos, hoy en decadencia, como el caso del demagogo Trump en EE UU y del oscuro Putin en Rusia.
También está el mesianismo de quien habiendo alcanzado el poder vive en constante huida hacia adelante a base de malabarismos que disfrazan de alianzas contra el peligro y que ocultan el ansia por perpetuarse en lo más alto, apoyado en principios de quita y pon, además de en la incapacidad de quienes están llamados a erigirse en alternancia –en solitario o mediante acuerdos con terceros– que permitan revertir situaciones agotadas. Ese es el modelo a ambos lados de los Pirineos, donde Pedro Sánchez se hace fuerte ante una oposición que a menudo lo es de sí misma, o donde Emmanuel Macron vive de los réditos de la desaparición de los partidos tradicionales. Y entre ambos, la variante del meme-sianismo, escogida por Carles Puigdemont para travestir de heroísmo lo que no es más que escapismo carente de credibilidad.
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