Charlestón

Fue lanzarles esa arenga columnaria y dos meses y medio después, en el terrible 2020, estropearse todo. Vaya tino y qué perspectiva de este nostradamus que les escribe. Ni «mamá cómprame unas botas, que estas están rotas de tanto bailar», ni «madre cómprame un negro en el bazar, que baile charlestón...». A cambio de esa alegría transgresora, una pandemia que no conseguimos superar ni con pértiga y que parece de nunca prescribir. Y así continuamos, con el cuerpo dislocado como en un charlestón macabro que no para de sonar.

Espero que en el largo invierno del dichoso virus hayan tenido un momento para disculpar mi escasa puntería en predicciones, que la culpa y el posterior perdón es la base del cristianismo en el que nos hemos educado. Y para compensar el vaticinio errado, me hago y les hago una recomendación: dejen a un lado la pandemia, que en nuestra mano no está solucionarla, y cíñanse a disfrutar de las simples cosas, que cantaba la gran Chavela Vargas. Que «la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas, / esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón».

No estén tristes por este amargo charlestón que nos ha tocado bailar y en este año de los doses hagan un dueto con Chavela y canten que «uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida». Esa será la cuarta y mejor dosis de la vacuna.