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En mi familia cuentan la anécdota de unos antepasados, hermanos y solteros, ya de cierta edad, que una mañana temprano salieron de su casa a caballo en dirección a Trujillo, apenas a 20 kilómetros de distancia. Nada más emprender la ruta, uno de ellos exclamó: «¡ ... Mira, por allí va un lobo!». El acompañante guardó silencio. Prosiguieron la marcha, pero cuando estaban dentro del berrocal que rodea Trujillo el otro jinete se limitó a contestar: «O loba». Esa fue toda la conversación que mantuvieron durante cuatro leguas de viaje. La verdad es que este episodio solía utilizarse en la familia para reprochar a alguien sus 'calladeras' o para retratarle con nula inclinación locuaz. «Este sale a la rama de los parientes aquellos de 'lobo o loba'», oí más de una vez en casa cuando –por el motivo que fuera– alguno se mostraba más tenaz en los silencios que en la conversación.
Cambian los hábitos sociales. Ya nadie viaja a caballo, salvo por diversión, para desplazarse de una localidad a otra. Pero creo que en los viajes colectivos, desde el tren al autobús, desde el taxi al Blablacar, le va ganando terreno el silencio a la charla; o mejor, las charlas que van ganando la mano son las que mantienen los usuarios de esos medios de transportes a través de la pantalla de su móvil con otros usuarios de dispositivos electrónicos. Las charlas en red. Decía Nietzsche que una conversación entre dos personas eran «dos monólogos con interrupciones más o menos pacientes». Sería en su época. Me parece que ahora vivimos la apoteosis del monólogo permanente y sucesivo, sobre todo en las redes sociales, en el 'mátrix' globalizado de la realidad virtual.
Por no conversar, me parece que ni los políticos conversan, aunque aparentemente hablan, se entrevistan, charlotean. Tal vez se limitan a interpretar un argumentario guionizado; acceden a fotografiarse con gestos de 'diseño' que prohíbe, por ejemplo, mirar con afecto o cordialidad al interlocutor. Mirarle así supondría mostrar debilidad o sumisión. Hasta en los programas televisivos más populares empieza a ser frecuente la figura del especialista en comunicación no verbal, encargado de glosar, puntero en mano, lo significativo de esta mirada, de aquella mueca, de esa sonrisa… Supongo que dichas apreciaciones y dictámenes acabarán siendo recibidas por todos –espectadores o no de tales programas– con la credibilidad de los etruscos ante el arúspice que examina las entrañas de las aves y adivina qué presagios les reserva el porvenir.
En la era de la imagen, cualquier contenido de valor tiene que ser susceptible de ser resumido en un símbolo, en un gesto, en un atributo, en un relato. Y preferiblemente también en una 'imagen potente', en un eslogan, en un titular de prensa. Basta pensar en la actual encrucijada política de España para entenderlo. Antes que ingenio (llámese ocurrencia o estrategia) en cualquier negociación lo primero que se necesita es confianza. Confianza entre quienes negocian. Y hablar con sinceridad, lejos del postureo. Porque si de lo que se trata es de incurrir a diario en la facundia monologuista y charlatana, prefiero aquella contención de mis parientes en sus marchas a caballo. Se les entendía todo.
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