Vivimos tiempos de crecimiento. Toda crisis que se precie se disfraza de oportunidad para quienes quieren escoger el camino de la renovación. Hoy todos sabemos y practicamos, con mayor o menor acierto, eso de ser resilientes. No hay opción. Uno tiene que emplearse a fondo ... para no dejarse arrastrar por las plusmascarcas que nos acechan y que se han colado, descaradamente, en el bolsillo de los consumidores.

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La ambición de los precios carece de cotas. Primero fue la luz, después el combustible y ahora la cesta de la compra. El IPC ya nos anticipó en noviembre que el gasto se nos dispararía y así ha sido. Sin comerlo, sobre todo, pero sin beberlo, la cena de Nochebuena se nos ha ido a la altura de la estrella de Oriente. Subidas estratosféricas para productos terrenales como el lechazo, el besugo, las angulas o las almejas.

No hay derecho a que nos organicen sibilinamente. Primero decirnos cuándo hemos de poner la lavadora y el colmo, que nos suban sin paliativos los precios de unos alimentos que algunos comen una vez al año, no creo que sea porque les haga daño. Y el Gobierno de España, en silencio. Es la cesta de la compra más elevada de todos los tiempos, la que nos obliga a que el menú navideño sean productos salidos del congelador para los más previsores, mientras para para el resto son langostinos, jamón y lombarda. ¡Manda huevos con patatas!

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