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La humedad lo está poniendo difícil. Y la niebla tímida, pero baja, introvertida a ras de tierra. Prender la chimenea en Quinta de Tierz está siendo esta mañana un reto de supervivencia. Los amigos, en broma, me dicen que a ver cuándo pongo suelo radiante ... en el palco de la placita de tientas. Les digo, no tan en broma, que lo importante en el campo es el cielo radiante. Cuesta que la llama se haga cargo de la leña. He conseguido un fuego fijo discontinuo, pero ya sabemos que en esto también es un timo semántico, porque, a fin de cuentas, no produce el calor que se persigue.
Por el camino hasta el refugio ha aparecido Vascuence, una de las pocas vacas originarias del hierro, con su cría. Debió parirla durante la noche. En plena helada. El recental toma ansioso los calostros, la mejor defensa para su salud. La vaca es la matriarca de una reata de espléndidos ejemplares. Recuerdo un eral, Vascuence de nombre, claro, al que el novillero vallisoletano Daniel Medina le cortó dos orejas y rabo en Simancas hace unas temporadas. Extraordinaria la calidad del novillo, inmenso y profundo el diestro lagunero. Al que por cierto se ha echado mucho de menos en los ruedos en este 2024 que está a punto de ser arrastrado.
Parece que el fuego ha tomado ya el mando, con llama tan persistente como sinuosa, en una especie de danza del vientre flamígera, un homenaje caluroso al recogimiento, tiempo perfecto de lectura y reflexión. Aunque siempre con un ojo puesto en Farsante, el raceador de la casa, que barbea un vallado próximo. Algún reloj biológico le indica que apenas le faltan unos días para que regrese a compartir espacio y aventuras con el hato de vacas de vientre.
Retiro la mirada del fuego y leo en la web de El Norte que la Fundación Eusebio Sacristán va a gestionar lo que fue el Círculo Campestre, ahora llamado Zona Joven Pinar. Hace poco pude charlar, distendidamente, con Eusebio, al que vi jugar por primera vez en su etapa de juvenil en el Real Valladolid. En un campo de fútbol (sí, de tierra) que ocupaba un espacio que desde hace unas décadas es un contundente centro comercial. Se lo comenté, y en su rostro asomó la honestidad de una nostalgia bien digerida.
Su Fundación, en la que reparte juego el todoterreno Crespo, no puede ser sino el reflejo de su bonhomía. Un regalo –que no tiene precio– escucharle hablar de fútbol, de sus sueños cumplidos. Y, ante todo, sin que lo diga con esas palabras, de su agradecimiento a la vida. Un rato inolvidable en Quinta de la Quietud, entre pinares, al abrigo de la silueta de la Colegiata de Toro. Unos 'toros' y unas palabras para brindar junto a una persona admirable.
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