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Quienes estamos medianamente bien educados y distinguimos, con mayor o menor acierto, entre lo bueno y lo malo, entre lo acertado y lo desacertado, entre ... lo que define lo mejor y lo peor de los rasgos humanos, sabemos que toda forma de terrorismo es repudiable. La violencia, el dolor, la aniquilación de quien queda transformado en enemigo por motivos ideológicos, políticos, de procedencia territorial, de ADN… La metralla como catálogo de motivos para imponer los postulados supremacistas por unas u otras (sin)razones.
No faltan –ni faltarán, aunque cambien los códigos de expresión– quienes deslindan el terrorismo legítimo (el que arguye para exonerar su culpa sus mismos postulados) del ilegítimo (el de signo, aunque no raíz, contrario). Tal diferenciación solo obedece a razones prácticas para ver autorizada su conducta totalitaria, sostenida en la coacción que se deriva de toda acción suficientemente violenta como para impedir el ejercicio libre de la ciudadanía. Infundir temor, disparar el miedo, estigmatizar… Nada nuevo.
Leo en estas páginas que Valladolid ha estrenado nombre para una plaza. Una placa que rinde homenaje a una persona asesinada por el terrorismo, esa criminalidad que se escuda en la liberación de pueblos oprimidos, a los que hay que desatar cadenas (¿) para que ellos –los del tiro en la nuca– los sometan bajo yugos zurcidos con eslóganes que encajan en mentes o muy inocentes o muy perversas. 'Plaza del coronel López Muñoz'. Homenaje a una víctima y, a su vez, un grito de paz. Esa paz que se pide con la palabra.
Me ha llamado la atención que la placa se subtitule 'víctima del terrorismo'. Que lo fue, del Grapo concretamente. Hace 34 años, según nos cuenta Marco Alonso. Frase necesaria, sí, pero incompleta.
Ahora que en los parlamentos habitan y se apesebran muchos de quienes sostenían, desde medios y directamente en sus estructuras organizativas, al terrorismo de ETA, y que Sánchez (quien con su gesto compungido mostró su dolor –sincero en su psicótica actitud– en el Congreso por la muerte de un etarra) los recibe en Moncloa, resulta necesario, Memoria Histórica mediante, que cada criminal cargue con sus muertos. Que cada placa anuncie el nombre del asesino y el 'club' en el que militaba.
Todo terrorismo es repudiable. Pero no seamos irrespetuosos con los derechos de autor de esos terribles crímenes, de lo que se sienten, además, tan orgullosos. Y ni piden perdón ni colaboran en esclarecer atentados sin autoría conocida. Si los mayores defraudadores a Hacienda ven su nombre publicado, ¿por qué ocultar el de unos asesinos cuyas claves ideológicas aún amenazan los pilares básicos de una convivencia igualitaria y democrática?
Cada placa debe honrar al asesinado. Y nombrar al asesino.
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