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Abro el portal y, con el automatismo propio de los actos repetidos día a día, el buzón. Ese artefacto que ha quedado en segundo plano por culpa de sus primos hermanos cibernéticos, vinculados a los correos electrónicos. Ahora prácticamente entregados, con innegable avidez, a recibir ... panfletos publicitarios. Ofertas, con segundas unidades rebajadas hasta un 70%, ni más ni menos. Eso dicen las hojas que voy pasando, tan parsimonioso como desinteresado, mientras subo las escaleras. No crea usted que en el edificio no hay ascensor, ojo, pero hasta la altura de un cuarto piso me hice la promesa de subir siempre a pie, sin el uso del elevador. Así que llegar hasta el segundo se me hace una faena sencilla, poco esforzada.
Y qué mejor imagen, o metáfora, de nuestros tiempos políticos, que esos folletos comerciales atiborrados de ofertas. Allí donde pone producto, pongan ustedes competencia. Y vayan aplicando un creciente porcentaje de descuento a la transacción hasta que, antes o después, la oferta y la demanda, fruto de su flechazo de poder concupiscente, entrelacen sus manos.
Contemplar los tejemanejes de los partidos en liza para consumar la ocupación del trono catalán, mientras, en paralelo, nuestro superhéroe Sánchez se quiere erigir en juez y parte (sobre todo en lo primero) de la causa de su señora, siendo únicamente testigo, permite confirmar, que no descubrir, que la democracia sufre un evidente abuso en sus áreas clave.
No es de extrañar que quien, por su mero interés personal, cambia, forzándolas y de tapadillo en otras normas de naturaleza diversa, las leyes, se encuentre contrariado cuando se ve afectado por los preceptos que afectan, por igual, a todos los ciudadanos. Es verdad que aún no ha llegado a ese estado de putrefacción ideológica en el que nada como pez en el agua Zapatero, que supera el mono de poder ejerciendo de agente comercial del dictador Maduro, pero el maniquí de la Moncloa lleva tiempo apuntando buenas maneras en el ejercicio de una lidia que tan solo tiene como límite las 24 horas de cada día.
En los gobernantes, máxime cuando su dotación cultural y cognitiva resulta colindante con los umbrales que avisan del consumo de combustible en la reserva, siempre asoma su verdadera naturaleza cuando el arte de ejercer el poder se ve comprometido por sus propias acciones en el ámbito personal.
La canícula de estos días nos recuerda que somos, biológicamente, líquidos. Del mismo modo que el poder se acaba deshidratando cuando intentar actuar con (impostada) normalidad cuando describe delitos de jugosas nóminas. Restadas las siglas y los cargos se obtiene el líquido a percibir.
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