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Tenía definido el objetivo a acometer, con su arsenal argumental, en esta columna. Nada difícil. Ese 'adif-esio' que quieren colarnos como ampliación de la estación ... ferroviaria Valladolid-Campo Grande. Que si vanguardista, que si con un diseño al estilo del Bernabéu… Estos analogismos futboleros, tan simplones, sirven, eso, para echar balones fuera. Además, técnicamente, por supuesto, ya anticipan que su diseño constructivo impedirá el soterramiento. Un sótano de lúgubres intenciones políticas para seguir alimentando la doctrina del muro, tan del sanchismo y sus sicarios emocionales (y abundantemente remunerados).
Una apuesta segregacionista, tan de una ciudad con el corazón partío. Para confirmar a Valladolid como un Berlín reeditado. Sin excusas. Como que el coste económico le hubiera importado algo al gobierno en cualquiera de sus acciones. Quizá no ven claro que sea un caladero de votos con resortes en fragilidades cognitivas. Un par de banderillas, al sesgo, contra la reconciliación urbana. Banderillas negras.
Pero, o precisamente, ante tanta hostilidad en la gestión política, cómo no parar el paso, sujetar el alma, cerrar los ojos, y recordar a ese leonés universal que fue Nicolás Castellanos. No es que tratara con él en profundidad, ni de modo asiduo, pero lo conocía. En aquella juventud de la que perduran los recuerdos de personas irrepetibles, singulares, de corazón inmenso, transparentes… Vestido de gris, con el gesto noble en su rostro que se refleja en las personas sin más interés que entregarse con generosidad sin límite. Entonces aún era obispo de Palencia.
Había decidido ya entonces que la sede episcopal de Palencia le venía grande, y que en un piso de barrio él iba a estar fenomenal (¡anda, el proceso inverso al camelador Pablo Iglesias!).
Su gesto siempre sonriente, su abrazo de ternura siempre estrenada sobre todo para los más frágiles, mostraban su guión vital. No se trataba de cuestionar la jerarquía eclesiástica (o quizá sí…), sino de reafirmar su apuesta por una vida coherente con los valores cristianos, sin que los reglamentos estropeen o sirvan de excusa para incumplir las leyes fundamentales. Que el amor –sin ñoñerías absurdas– sea el único argumento. Que la liturgia no ensombrezca el encuentro.
Murió Nicolás Castellanos con 90 años y un día. Una hermosa condena que le hizo preso de otorgar a su existencia el más elevado sentido. Entrega, servicio, disponibilidad… Con su Fundación Hombres Nuevos en la zona más deprimida de Bolivia. Donde ningún político se hubiera comprado un piso. Nicolás Castellanos, un hombre bueno. Un ejemplo inmejorable.
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