Estatua de Felipe II. H. Sastre
Dura Lex, sed Lex

Felipe II en 'First Dates'

Otra versión sobre la memoria histórica, en este caso extramuros de nuestra nación, que parte de esa simplista división entre buenos y malos

Domingo, 29 de septiembre 2024, 08:48

Uno y otro día, así durante varios años, la estatua de un Felipe II mazado era una imagen clásica en el escenario que contemplaba cuando llegaba al instituto Zorrilla, el de la vallisoletana plaza de San Pablo. Un centro docente público, como todos en los ... que cursé estudios, aunque en modo alguno suponía una elección que despreciara la enseñanza privada. Contaba, eso sí, con la ineludible circunstancia de ajustarse a una familia con un único sueldo de funcionario y cuatro hijos. Claro que, el insti ofrecía (el único de España, al menos entonces) con una piscina cubierta, de agua climatizada. O eso nos decían. De hecho, los únicos días que iba con el morro torcido eran los lunes en primero de BUP, porque a las 8 de la mañana había que estar en bañador dispuesto a sumergirse en aquella Siberia tuneada.

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Aún hoy sigo viendo, de modo habitual, aunque de reojo, al emperador nacido en Valladolid, cuando voy camino de los juzgados de la calle Angustias. Allí sigue, mostrando unas piernas que no las supera ni aquel Roberto Carlos que militó no hace tanto en el Real Madrid. El encargo, desde luego, debió indicar con claridad que la obra debía mostrar el poderío de una imperial musculatura. Un Topuria de buena familia.

El monarca, nacido en Valladolid en 1527, a escasos metros de donde emerge su figura imperecedera, cuyo dominio se extendía por varios continentes, y que articuló su política exterior en una serie de 'First Dates' sucesivos para implementar matrimonios que cohesionaran territorios, es uno de esos españoles sobre los que giran los reproches retrospectivos y retroactivos de los mandatarios mexicanos López Obrador (¿López?... el apellido no parece muy indígena) y Sheinbaum, que han decidido no invitar al acto de investidura de esta última al Jefe del Estado español, Felipe VI, por no haber pedido perdón por la conquista.

En realidad, lo único que se le puede reprochar el monarca español es que, a portes pagados, no enviara, con inmediatez tras recibir la misiva americana, alguna obra solvente, con un buen índice alfabético, sobre los devastadores efectos de la falta de autoestima, la frustración y los cócteles ideológico-farmacológicos del populismo.

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Otra versión sobre la memoria histórica, en este caso extramuros de nuestra nación, que parte de esa simplista división entre buenos y malos, que manipula, cuando no equivoca de modo grosero, la realidad de los acontecimientos históricos incluso en sus hechos más objetivos y documentados, ajena siempre a los contextos temporales y sociales de cada época y que, ante todo, busca un rédito político con el que se persigue conquistar, con engaños, la voluntad de los ciudadanos.

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