Pensé, inocente de mí, que la democracia no era esto. Creí, fervientemente, que se trataba de otra cosa. No es que hasta ahora no hubieran existido ejemplos de lo contrario, pero siempre me los tomé como anomalías del sistema político, como muestras aisladas e inconexas ... de patologías desdeñables en su número y poco significativas en sus efectos. Entendía que la democracia poseía un software natural y automático que la inmunizaba, la liberaba, de ataques contra sí misma desde su torre de control.

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Sánchez, y sus discípulos, acreditan, fehacientemente, que mi premisa era falsa. Y, además, que era tontamente falsa. Sin necesidad de Begoña. Pedro ha edificado el ejercicio del poder desde la cátedra de la manipulación. Porque, ahora lo entiendo, la democracia es una señora tan dura como frágil. Como el diamante, de aparente fortaleza, suficiente como para cortar un cristal blindado, y tan indefenso ante una caída de un metro.

Pervertir la naturaleza de las cosas, de las instituciones, no es nunca un acto inocente, ni inocuo. Inicuo probablemente. Así, el modo de elegir a las personas que ocupan los sillones del poder de los órganos nucleares de la administración, anticipa, habitualmente, la finalidad que se pretende. Su carácter teleológico.

La reciente decisión (reciente para el común de los ciudadanos, no para Sánchez) del Tribunal Constitucional en relación con el caso de los ERE –la causa de corrupción de mayor cuantificación económica de la democracia, fruto de la sistémica prevaricación del PSOE es la que fue su 'finca' andaluza–, y más en concreto con la exministra Magdalena Álvarez, nos advierte de metempsicosis a la que ha sido sometida, desde las perspectivas política (más bien partidista) e ideológica una institución que, ahora, se yergue como una atípica instancia superior del Tribunal Supremo.

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De tal modo que la institución que está llamada a ser el intérprete supremo de nuestra Norma Fundamental y garante del cumplimiento de la legalidad en el marco de la Constitución emerge con una actuación palmariamente inconstitucional, ávida de ser sede judicial sin serlo, ansiosa por crear, ex novo, un recurso 'recasacional' frente a las resoluciones del Tribunal Supremo. Chaves y Griñán, sonrientes, esperan su turno en esta novedosa y creativa ruleta de indultos, servidos desde el negociado de las tiernas sonrisas sectarias y serviles que tan de moda ha puesto el titular de otro órgano rendido al poder monclovita, García Ortiz, huésped agradecido de la Fiscalía General del Estado.

Una sentencia que supone la evidencia de un fallo multiorgánico en todas las instituciones del Estado en las que Sánchez, nada cándido, ha acampado.

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