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Llevo un rato lanzando trozos de papel arrugados a la papelera. La distancia no es grande, no llega a los dos metros, pero existe un razonable grado de incertidumbre sobre la posibilidad de encestar. Las bolas que lanzó en los intentos impares computan a favor de la presunción de inocencia de Íñigo Errejón ... , en caso de éxito, mientras que las pares, también para el caso de enceste, incrementan el casillero del 'yo sí te creo' de la actriz Mouliaá. El marcador es netamente favorable para la mujer en esta heterocompetición.
El político de Sumar ha elaborado un escrito, que ha hecho público, en el que desglosa una serie de circunstancias atenuantes y eximentes (completas e incompletas) que le han de ser aplicadas respecto de unos hechos que reconoce. El espíritu del texto panfletario evidencia que Errejón, aquel becario sin flexo pero con sueldo, ha ejecutado en condición de autor una conducta de la que no se siente responsable. Y si de lo realizado se derivara alguna responsabilidad civil, ya nos indica quiénes deberán rascarse el bolsillo: el patriarcado, la derecha y supongo que la determinación biológica derivada del big bang.
En la cosmología ideológica del muchacho se entremezclan un claro progresismo hormonado con un neto populismo hermanado. Ese privilegio del derecho de pernada que la extrema izquierda siempre ha mantenido erecto, y que, por ejemplo, era uno de los signos de identidad de los miembros (y 'miembras') de ETA en el establecimiento de sus jerarquías.
Para consuelo de los más adictos fans de Errejón y su semiótica, el político (ya ex cargo) ha establecido un primer dogma: él es, por un lado, persona, y, por otro, personaje. Sus (presuntos) hechos delictivos son obra del segundo, lo que exonera al primero de toda culpa. Amén. Tal desdoblamiento, al parecer, está o estaba sujeto a terapia, aunque no ha aclarado si era la persona o el personaje el que acudía a consulta.
Así que, Errejón es víctima del patriarcado imperante, y de su sufrida década en la política premium (será, supongo, el estrés postraumático del día después al ingreso de la nómina en su cuenta bancaria), y se ve perjudicado como identidad vicaria de su personaje, que es el malo de la película.
Y mientras el pobrecito Errejón acarrea su bipolaridad ideológica y doctrinal, cuyos capítulos más inconfesables se localizan de cintura para abajo, el descarrilado ministro Puente se regocija en la notoriedad que en los medios ha logrado el miembro (sic) de Sumar, lo que le permite restar tensión informativa al pontífice ferroviario sobre su gestión en vía muerta.
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