Tomada la vida como una disposición transitoria, la cosa cambia. Algo, no del todo, claro. Un mercado de futuros de horizonte limitado, una inversión cuyo valor nuclear estriba, paradójicamente, en la pérdida diaria, irreversible, de su mayor activo. No es una hipoteca inversa, pero conviene ... desmontar, uno a uno, los mecanismos habituales del actuar cotidiano. No interesa engañarse, al menos demasiado, con fabulosas ofertas de una ilimitada permanencia. Y, sobre la portabilidad, no existe testimonio directo de su consumación. Por lo tanto, tomémonos el decreto ley en el que habitamos como el único territorio por el que deslizar nuestras pisadas, pese a que su rastro se borre a cada instante y aparezcan, multiplicadas, nuevas encrucijadas cada vez que creemos haber encontrado el sendero definitivo, que oferta una plenitud imperecedera.
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Cotizan al alza en estas fechas de difuntos y santos las frases lapidarias, las jaculatorias de oficio y los jardines horizontales sobre las tumbas, en ocasiones un tributo de impostada solemnidad, tan falso como las flores de plástico. Tan poco renovables, aunque tan fácilmente sostenibles. Incluso con una sola mano. Lo mejor de los muertos es que ya no molestan. Ni cuestionan. Ni piden. Así que ya nada cuesta el elogio, ese bricolaje moral para mejorar la imagen y adecentar con una barata mano de pintura nuestras conciencias. Se percibe en la querencia compulsiva a los camposantos un elemento común con el mascotismo militante. Ese que nos permite sentirnos mejor de lo que realmente somos.
Nada que no se entregue a quien vive, aun en sus últimos latidos, producirá una compensación de créditos frente a una tumba. Tampoco ante el paseo juguetón con ese perro sometido al extensible cariño del dueño que regula la largura de la correa, y que se agacha para recoger sus heces, pese a esa hernia en el alma que le impide dedicar el mismo tiempo a sus semejantes.
Y, de repente, asoma el desastre de Valencia. El de la Naturaleza y el de la gestión de la administración en el auxilio a las víctimas. El tétrico panorama que asola al ciudadano cuando percibe, ante la realidad más dolorosa, que las decisiones dependen de un esqueleto gubernamental inane, de unas instituciones fantasmales.
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La verdadera honra a los muertos es la entrega a los vivos. Lo demás es propaganda, autoconsuelo enmascarado en disfraces sentimentaloides. Llega una DANA y las ideologías abandonan cobardemente el barco en el que se ahogan los más vulnerables.
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