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Las desgracias nunca vienen solas. Como una visita inesperada, a destiempo, y que además nos trae a un viejo conocido con el que no teníamos, precisamente, un vínculo agradable. Sin duda, son la oportunidad de desempolvar hábitos tan saludables como la solidaridad, la compasión (palabra ... que goza de mala prensa, inmerecida, pues en nada equivale a paternalismo) y la generosidad, entre otros. Pero, con la misma certeza, cabe también reconocer que son un territorio fértil para el pillaje. El más evidente, el que sufren los comercios, ese desvalijamiento para incorporar al patrimonio propio algunos electrodomésticos que los amigos de lo ajeno echaban de menos en el salón, o para actualizar con los últimos adelantos tecnológicos elementos desfasados de telefonía. El menos palpable, aunque más perjudicial para la sociedad, es el pillaje emocional, ese fango moral. De personas, de grupos, de partidos…
Operaciones de blanqueamiento de algunas personas (y por seguir el 'método –o meetodo- Errejón') y personajes. Esos seres a los que el común de los ciudadanos con más de dos dedos de frente ya tiene calados y que, sabedores de su agria imagen pública, normalmente ganada a pulso, con sangre, sudor y lágrimas (impostados, claro), aprovechan los desastres que golpean a otros para una operación de lavado de imagen. De ahí algunas frases que he leído en los últimos días: que si no sé qué ministro ofrece su imagen más humana, o más cercana… O no sé qué mandangas. A estas alturas de la película no es de recibo que nos intenten dar gato por liebre, ni carril bici por autovía. No, ya no. Basta ya. Las campañas de promoción que se las paguen de su bolsillo, si no les es suficiente la publicidad institucional.
Y, en este tercer párrafo, a modo de último tercio, de modo muy anticipado, sí, pero con un entusiasmo rabiosamente juvenil, me permito pedirle a los Reyes Magos (los otros no tienen capacidad ejecutiva, aunque Felipe VI sea la autoridad más digna de cuantas sufragamos en la actualidad) que algún día no muy lejano el sistema democrático incorpore, sin posibilidad de desactivación por, digamos, un Tribunal Constitucional de esos de solidez jurídica propia de un Exin Castillos, mecanismos de exigencia legal, penal civil, para los políticos que ejecutan, o dejan de ejecutar, infraestructuras y normas, que acaban generando en la sociedad enormes desgracias. Claro, que más de uno lograría irse de rositas, o casi, con un informe sobre su (limitada) capacidad cognoscitiva.
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