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Sin desmerecer el valor, indudable, del territorio como espacio de consumación de identidades, individuales y grupales, se me antoja que los predios de la conciencia, ... el pensamiento, sobre todo en su región más ética, suponen la mejor conquista de libertad y legitimidad humanas. Es necesario un camino para andarlo, para pisarlo, sí, pero aún es más definitoria la elección del itinerario. Sus razones, y también sus sinrazones.
Mientras Donald Trump amenaza con hacer y deshacer a su antojo en la franja de Gaza, como si quisiera convertirla en una residencia de vacaciones para empleados de alguna empresa rimbombante, en España alguna que otra voz de la ultraizquierda afirma, impudorosa, que lo que quieren es que la gente deje de pensar aquello que ellos entienden que no es respetuoso con sus consignas y eslóganes. Quizá, no sé, por el carácter bereber que creó mi infancia trashumante, veo más peligroso e inhumano lo segundo que lo primero. Que ya es decir.
Con todo el apego que se le puede tener al lugar donde se nació, o donde se vive, lo que sin duda ayuda a forjar una personalidad singular y a la vez de coherencia grupal (la palabra 'colectivo' me produce alergia), es en el pensamiento y, también, en el modo de comunicarlo y desarrollarlo, donde se plasma de modo inconfundible el carácter humano de nuestra especie. Aunque haya quien ejecute actos muy inhumanos con elaboraciones mentales complejas, de aparente legitimidad.
El intento de colonizar el pensamiento de las personas, con esa estética de homogeneización y pasteurización de marcadas formas estalinistas, tan rectilíneas y uniformes, tan de arquitecturas inapetentes para salirse de la norma, pone de manifiesto la verdadera naturaleza represiva de la libertad y de los anhelos verdaderamente humanos de lo que se sigue llamando izquierda.
Si bien la sabiduría popular (y aquí el popular no es frentista…) ya nos enseña que los extremos se tocan, cabe alabar los esfuerzos, eficaces muchas veces, que desarrollan las ideologías de toxicidad siniestra por dar gato por liebre. Artefactos mentales con buena aceptación por quienes desde la frustración acrisolada, el revanchismo de mejor cuño y, siempre, con el ansia de convertir a las personas en una mercancía fácil de manejar, para mayor gloria, y saldo bancario, de las élites que tanto se sacrifican por sus bases.
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Modos de colectivizar –aquí sí– la pobreza cognitiva y económica, para estandarizar (así entienden la igualdad) a una sociedad que, dócilmente, llegará, incluso, a pedir que adecúen su pensamiento a lo políticamente correcto. En esas ITV asamblearias que expiden certificados de buena conducta.
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