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Dentro de la serie, no exenta de momentos propios de una telenovela de sobremesa, de secuencias dialécticas, ése toma y daca, con las que nos ... vienen deleitando el ministro de Trasportes, Óscar Puente, y el alcalde de Valladolid, Jesús Julio Carnero, sobre el modo de afrontar la frontera involuntaria que nos trajo la revolución de industrial, el último capítulo ofrece un contenido en el que lo jurídico se nos ofrece como aquella antigua moviola con la que se repasaban las jugadas más polémicas de los partidos de fútbol de cada jornada. Aunque, pensándolo bien, manda el presente, la metáfora que mejor define el momento actual es la del VAR, ese sistema por el que, a través de las imágenes más precisas, y desde una sala independiente, se rearbitran lances, jugadas y goles, de modo coetáneo al propio desarrollo del encuentro balompédico.
El VAR, entre otras cosas, puede anular un gol, dejarlo sin efecto, pese a haberlo concedido el colegiado, si se observa una infracción anterior que invalida todo lo sucedido posteriormente, por ejemplo por un fuera de juego.
Pues eso, que Adif, el operador de infraestructuras ferroviarias, dependiente del pontífice descarrilado, ha activado, a instancia de Carnero, el sistema VAR en la tramitación del paso inferior del Arco de Ladrillo, y ha anulado la última jugada del interesante partido que disputa, a cara de perro, con el Ayuntamiento pucelano. Se desdice de sus últimos pasos, y regresa a la casilla de salida en su particular juego de la Oca. Se trata, así podría verse, como la victoria de la tesis de Carnero en una batalla, aunque relevante, dentro de la guerra en la que ambas partes, sin reparo, siguen alimentando a todo trapo –¡más carbón!– sus máquinas.
La maniobra de Adif, eso parece, supone una actuación administrativa que quiere prevenir que, en un futuro, un tribunal de Justicia pudiera declarar la nulidad de lo actuado desde el mismo trámite respecto del que se ha admitido la improcedencia de lo aprobado y, curiosamente, no tanto por cuestiones puramente jurídicas, que también, sino de carácter técnico.
Las alegaciones del Consistorio vallisoletano fundan su argumentación en la necesidad de una respuesta circulatoria que evite un caos más que probable si el Arco de Ladrillo desaparece. Ahora resulta que quien tanto cacareaba sobre la imposibilidad de un modelo (el del soterramiento), ha puesto de manifiesto su incompetencia sobre un concreto, aunque crítico, espacio de los que nacieron con motivo de la circulación ferroviaria. Puente o arco, el nombre es lo de menos, el proyecto de Adif no es sino un arma arrojadiza frente a Carnero. Tirar el ladrillo y esconder la mano.
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