Comienza la cuenta atrás. La campaña después de la campaña, pero con los días contados hasta las urnas. Y alguno tiene la impresión, quizás por ese trastorno mental pandémico del que nadie queda libre, de que lo que nos estamos jugando en estas elecciones es ... el pasado, más que el futuro. Que todo el mundo tiene el amor alborotado, como en el corrido de Vicente Fernández, y no sueña con otra cosa que con volver, volver. Cada uno a un sitio diferente.
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Quiere volver el PP a los tiempos en que gobernaba en solitario, con esas mayorías cómodas que le permitieron mantenerse en el poder desde 1987, pero sin la necesidad de tener que hacer socios para después deshacerse de ellos. Quieren Tezanos y el PSOE regresar a los resultados de las urnas de las últimas elecciones, justo antes de que su triunfo se convirtiera en fracaso cuando su novia decidió casarse con otro. Sueña lo que queda de Ciudadanos con retener lo que tuvo para poder seguir jugando a dos bandas. Y hasta Unidas Podemos vuelve la vista atrás, a los tiempos en los que aún había castellanos y leoneses capaces de creer que Pablo Iglesias era otra cosa que un pícaro sin escrúpulos y con ambiciones.
Dicen los de Vox, por último, que todo esto es cierto. Y que son ellos los únicos que, en nuestro universo retro, de verdad miran hacia adelante. Seguramente porque se ven por primera vez con una copia de las llaves del reino. Pero uno nunca termina de saber en qué punto del pasado se ubica exactamente ese futuro suyo. Quizás nos ayude a entenderlo un poco más esa mini cumbre europea en la que Santiago Abascal recibirá en Madrid a los primeros ministros de Hungría y de Polonia. Tal vez podamos saber, ya de paso, a qué tiempo pretérito quiere regresar Viktor Orbán, declarado partidario de Moscú en la crisis de Ucrania o, más inquietante aún, cuál es aquel pasado glorioso que quisiera recuperar Mateusz Morawiecki, firme defensor de Kiev. Si de cascos y botas o de botas y cascos.
También, y tras la salida de Merkel, el presidente francés, Emmanuel Macron, sueña con devolverle a Francia el papel de árbitro de la elegancia europea del que en otro tiempo gozó con los rusos. Y lo hace, además, chuleando de recuperación económica de su país al cierre de 2021: una subida del PIB del 7% frente al 8% de caída del 2020. Vamos, lo mismo que nosotros, que subimos un 5 frente a la anterior caída del 10,5. ¡Qué difícil se pone volver, volver así a las cifras de aquel edénico 2019!
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Es triste pensar que las mejores ofertas de futuro consisten sin excepciones en querer regresar a un punto o a otro del pasado. Tarados todos por la pandemia, hasta los más jóvenes se declaran nostálgicos. Y se mueren por volver, aunque sea a las discotecas. Pero lo cierto es que, por más que nos empeñemos, uno nunca regresa al mismo sitio de antes. Y si lo hace, resulta ser que ni el sitio es el mismo ni uno tampoco. Yo quisiera ver en esta campaña electoral mensajes e imágenes de futuro, pero no los veo. Ahora resulta que lo más innovador de todo es fotografiarse con vacas o con ovejas.
Algo menos con cerdos, los pobres, quizás porque todos tenemos presente aquello que escribió George Orwell en 'Rebelión en la granja': «Los animales, asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y nuevamente del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro». No sé. Pienso ahora en los perros rastreadores de la guardia civil buscando el cuerpo de Esther López por el río… y me da la impresión de que nos parecemos demasiado.
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