Las noticias más leídas del sábado 8 de febrero en El Norte de Castilla

Los virus, al menos este tipo de virus, no se amoldan al entorno. La sociedad, una parte, ha vivido en las últimas semanas con esa sensación, como si durante un tiempo el SARS-CoV-2 se hubiera metido debajo de la mesa, o escondido al ... otro lado de la puerta del armario para no asomar la cabeza salvo de tarde en tarde. Nos teme, llegaron a pensar los más atrevidos.

Publicidad

Tenemos ese carácter descuidado, ese cerebro selectivo que catapulta lo malo a lo más profundo y suaviza lo complejo como una fórmula para subsistir con una media sonrisa. Y así se minimiza lo grueso y se desprecia con imprudencia la dureza de la situación.

Y no, no es verdad. El virus, este virus, jamás se acomodará a lo que se encuentra en el camino. Todo lo contrario. Destroza y destrozará cuanto sale a su paso y lo hará sin la más mínima contemplación, porque en su entorno todo y todos son víctimas potenciales. Y cada cual, más apetecible.

Carlos, el del 'Bitácora', uno de los restaurantes más conocidos de la ciudad de León, apenas pudo contener su ataque durante cuatro días. Fue tan virulento que no hubo forma de ayudarle. La familia, en un testimonio desolador, lamenta su muerte en solitario, con las muñecas atadas a la cama para no poner en riesgo los viales que le auxiliaban, sin el cariño de los suyos. Hoy, su entorno, es un valle de lágrimas y su cuerpo descansa en el camposanto.

Publicidad

Lucía, más joven, tiene más suerte. Ella solo lleva algo más de dos semanas en la UCI. Cada noche duerme sobre su pecho porque eso le ayuda y su respirador artificial trabaja al cien por cien. Ya no es posible insuflar más aire hacia su cavidad torácica, pero resiste.

Tiene suerte porque respira, y no es poco. Las últimas dos veces que han intentado retirar la intubación no han respondido, no es capaz de ser autónoma y de nuevo ha vuelto al punto de partida, la sedación y el respirador. Ella camina sobre un alamabre, pero tiene posibilidades.

Publicidad

Casi al mismo tiempo, en la misma ciudad, en el Colegio Mayor San Isidoro los alumnos –todos universitarios- hacen una fiesta en la terraza. Todos beben del mismo 'cachi' y ninguno lleva mascarilla. Están felices y abrazados. Y sonríen, no dejan de sonreír.

Este es nuestro mundo, el mundo de la sinrazón, de la falta de cordura, de una inadmisible falta de madurez social. Un mundo en el que la mayoría ignora que la pandemia, la sanitaria, se convertirá en un socavón social y económico que solo provocará enfermedad, paro, pobreza y ruina.

Publicidad

El virus ataca de frente y la sociedad, en general, ha tomado el camino más fácil: ignorarlo, como si eso fuera posible. Las consecuencias son las que hoy están sobre la mesa: la ola nos pasa por encima.

Todos han cometido errores. También eso es cierto. Hay frases que quedarán para la historia. «Las mascarillas no son necesarias porque nos pueden dar una falsa sensación de seguridad», por poner un ejemplo.

Publicidad

Hubo, en su día, errores comprensibles. Fuera por la sorpresa, por la virulencia, por el desconocimiento, por la casi obligada improvisación, hasta por una comprensible falta de reflejos. Pero nunca hubo un error de ese calibre al que no se le buscara una solución, un punto y seguido.

Hoy, más de medio año después, con los cementerios llenos de conocidos, no cabe otro argumento para justificar al avance del virus que la propia incompetencia social, lo atrevido de quienes se creen inmunes ante su presencia, y lo inconsciente de aquellos que con música y 'cachi' se creen vacunados contra todo.

Noticia Patrocinada

O cambiamos, o el cementerio se queda corto. Eso es seguro.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad