Celebremos la Hispanidad

Más allá de los intentos de invasión e incursiones de otras potencias, los amplios territorios que abarcaba la América hispana disfrutaron de su mayor tiempo de estabilidad política, económica y social

David Fdez. Menéndez

Jueves, 6 de octubre 2022, 00:03

Aunque el proceso que tuvo lugar en América durante el siglo posterior al 12 de octubre de 1492 tuvo sus acontecimientos negativos, son muchas más las luces que alumbran la obra hispana en América que las sombras. Y tanto es así, que hoy, 530 años ... después, podemos contemplar la inmensa magnitud de esta obra desde la costa oeste norteamericana a la Patagonia argentina.

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Antes de hablar de lo que España hizo en América es importante remarcar lo que no hizo. España no fue a América ni a saquear ni a asesinar. Nunca fue esa la intención y ello se puede comprobar en documentos aún hoy existentes como el testamento de la reina Isabel I, las 'Leyes de Burgos' o las 'Leyes Nuevas' promulgadas en tiempos de Fernando II de Aragón y Carlos I respectivamente. Aunque se juzgaron y condenaron muchos de los abusos cometidos, es obvio que la eficacia de estas normas no fue la deseada debido a los medios existentes en aquellos tiempos y a la lejanía de aquellas tierras, pero eso no resta credibilidad a la intención de los monarcas españoles sobre cómo debía administrarse el Nuevo Mundo. Adicionalmente y ante el argumento de la violencia que algunos plantean constantemente, también cabe preguntarse cómo eran las cosas en el resto del mundo ¡en el siglo XVI! Concluirán conmigo que ni la Europa de aquel tiempo ni, por supuesto, la América prehispana –especialmente esta última– eran jardines del edén donde todo era armonía y concordia.

Sin embargo, España sí hizo muchas otras acciones positivas en América. España evangelizó, España construyó, España comerció, España se mezcló... En definitiva, España civilizó. España evangelizó, sí, y hay que reconocer la importancia de los valores de la fe cristiana en el tipo de gestión de universidades y hospitales, donde se enseñaba y trataba tanto a peninsulares como a indígenas, y, por supuesto, en las repercusiones positivas de carácter humanístico inherentes a esta religión como la erradicación de los sacrificios humanos que se practicaban en América o la protección de los derechos de los indígenas.

España construyó, sí. Y lo hizo en territorios con orografías complicadas, con climatologías adversas y, en muchas ocasiones, con la hostilidad de los indígenas locales. Pero a pesar de todas estas dificultades, construyó cientos de edificios públicos y cientos de ciudades con un urbanismo cuidado y ordenado que hoy nos ofrece un catálogo de edificios y cascos urbanos patrimonio de la humanidad que son la envidia del mundo.

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España comerció, sí. Gracias a las exploraciones realizadas por la corona española –entre las que destaca el descubrimiento del paso entre el Atlántico y el Pacífico y la primera circunnavegación del planeta–, España fue la protagonista de la primera globalización. España creó en el siglo XVI, ¡ojo!, ¡el siglo XVI! una ruta comercial que comunicaba regularmente las Islas Filipinas, los puertos americanos y, finalmente, España. Y así, durante los casi tres siglos que aquellas tierras estuvieron bajo soberanía española, el conocido como Galeón de Manila cruzó el 'lago español' –así se conocía al Océano Pacífico– intercambiando productos de los tres continentes. Háganse cargo de la dificultad de establecer y mantener esta ruta con los medios de entonces y enfrentando el acecho y los ataques de los piratas patrocinados por potencias como Inglaterra, Francia u Holanda.

España se mezcló, sí. Y quizás esto es lo más reseñable y el hecho más diferencial con respecto a los territorios explorados por otros países europeos. Un mestizaje que, además de impulsarse legalmente, se produjo de facto. Quizás esta, como ya afirmó el historiados Hugh Thomas, sea la «mayor obra de arte lograda por España en el Nuevo Mundo». Hoy, más de cinco siglos después, la inmensa mayoría de la población de la América Hispana es indígena o mestiza, y esta es la principal prueba –junto con otras como la 'Expedición Balmis', considerada la primera misión sanitaria internacional y sobre la que les invito a conocer más– que atestigua que España no exterminó a la población en indígena como, por otro lado, sí hicieron otras potencias extranjeras o los criollos –a los que erróneamente denominan 'libertadores'– después de que España dejara de administrar aquellos territorios.

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Y sí, España civilizó. A fundar ciudades, a crear una red de vías de comunicación, a legislar, a enseñar la lengua, y a compartir conocimiento –navegación, cultivos, imprenta, pólvora, minería…–, etc. se le llama civilizar. América avanzó, América prosperó y muchos de sus hijos, nacidos bajo soberanía española y por tanto españoles como los peninsulares, se convirtieron en importantes dirigentes del imperio, en afamados literatos o en altos mandos militares del ejército español. En este punto, cabe también recordar la definición que se hacía en la Constitución de 1812 –en cuya redacción participaron diputados de los territorios españoles en América– de la nación española como «la reunión de los españoles de ambos hemisferios».

En definitiva, durante los tres siglos que Hispanoamérica estuvo bajo soberanía española, personas de origen peninsular, indígena y, fundamentalmente, mestizos convivieron en paz. Más allá de los intentos de invasión e incursiones de otras potencias, los amplios territorios que abarcaba la América hispana disfrutaron de su mayor tiempo de estabilidad política, económica y social. Una estabilidad que convirtió a muchas ciudades, como Lima o México, en ciudades mucho más pobladas y prósperas que, por ejemplo, las principales capitales europeas. Realidades estas que, de nuevo, chocan frontalmente con las ideas de expolio o exterminio en los que perniciosamente insisten algunos a ambos lados del Atlántico y que tienen en común su ideología social-comunista y que han llevado a la ruina a los países que han gobernado.

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Por tanto, son muchos los motivos para que a ambos lados del Atlántico celebremos y nos enorgullezcamos de la Hispanidad. De lo que fue en el pasado, de lo que es en el presente –aunque muchos se empeñen en menoscabarlo– y de lo que tiene que ser en el futuro. Una herencia histórica, cultural y social que es, sin duda, una oportunidad de prosperidad y evolución para los quinientos millones de personas que conformamos la numerosísima comunidad hispana.

Contribuyamos, bajo la perspectiva y la coyuntura actual, a seguir fomentando esta unión que trasciende a los países, a los continentes y a los siglos. España, y diría lo mismo de cada país hispanoamericano, no debe cesar en este empeño porque, además de ser una oportunidad en este mundo global y competitivo, es una herencia de nuestros antepasados y un patrimonio que tenemos la obligación de conservar y ampliar. Celebremos, por tanto, lo que somos. ¡Celebremos la Hispanidad!

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