Celebrar, solo celebrar

No sé si a usted le pasará, pero esta noche, cuando me siente a cenar, algo me pellizcará en el corazón. A medida que la vida pasa es inevitable que los días de fiesta tengan sabor a alegría y tristeza. Es un cóctel que combina las ganas de disfrutar con los que están y un latente sentimiento de añoranza hacia quienes no. Las ausencias duelen, ya sean éstas por cuestiones laborales, familiares o porque vivir supone irse un día para no volver.

Quizás es esta dicotomía emocional la que lleva a muchos a manifestarse abiertamente 'scrooges' y odiar la Navidad. No es mi caso. Aún con sillas vacías en estas fechas, y en especial en Nochebuena, encuentro ilusión y esperanza. Me quedo con los reencuentros, los abrazos, los preparativos durante días, las sorpresas… la familia. Y aunque no están todos, los que están son los importantes esta noche. Porque aunque se empeñen en adelantarnos su inicio cada vez más y la decoración desde principios de noviembre busque abrirnos el apetito del consumo desenfrenado hasta llevarnos al empacho, la Navidad es mucho más que todo eso.

Nos perdemos en el artificio y olvidamos el verdadero mensaje. Del cristianismo se pueden criticar muchas cosas, ahí está lo que algunos hombres han hecho escudándose en su nombre, pero es incuestionable que es integrador, no discrimina. Permite que todos vivamos la Navidad incluso con un pretendido laicismo. Se imponen la fiesta, el disfrute y lo material. Mientras nace el Salvador, el mundo, creyente o no, celebra. Cada uno con sus motivos y a su manera.

Esta noche, cuando me siente a cenar, sentiré un pellizco en el corazón. Sólo hay que cerrar los ojos y recordar con cariño las navidades pasadas, imaginar las futuras y celebrar sin fantasmas ni remordimientos las presentes. Feliz Navidad.