Consulta la portada del periódico en papel

Marina Castaño le ha escrito una carta abierta a Camilo José Cela. Le cuenta -nos cuenta- que España está desmadrada, y en esto acierta, que la mayoría de amigos son traidores o están muertos y que tiene un novio cirujano vascular. Yo creo que una ... carta abierta se la escribes a todo el mundo menos al destinatario. Una carta abierta es un mensaje por megafonía en un supermercado.

Publicidad

Marina Castaño la escribe desde un lugar onírico de la historia de España, un sitio incómodo, potro de torturas inquisitoriales y purgatorio couché en el que martirizamos a las últimas mujeres de las grandes mentes de nuestro tiempo: María Kodama (Borges), María Asunción Mateo (Alberti), Marina Castaño (Cela) e Irene Montero.

El prejuicio de la sospecha sobre ellas toma cuerpo en cuanto dicen que una mujer solo puede estar con un hombre mayor por fama y dinero y el hombre solo puede creer en ese amor sincero si tiene el celo cagalón y está chocho. No estoy de acuerdo. Cela de viejo era un superhéroe. En su segundo viaje a La Alcarria -o era el tercero- iba con aquella choferesa negra vestida por Elio Bernhayer que muchos años después me contó que se hizo psicóloga infantil en Estados Unidos.

Los niños de La Alcarria ya no hacían pis desde los tejados y la cría que hacía los deberes en la posada notaba los primeros signos del Alzheimer. Cela subió a un globo para ver desde el aire las Tetas de Viana y resulta que el globo cayó al río, y allí en el agua Don Camilo juraba como un remero de Fuenterrabía. También mató a Otero Besteiro de un ataque de risa en casa de Campi. Esa noche, estando pedo todo el mundo, se vistió de Bárbara de Braganza y Besteiro se reía tanto que agarrándose el pecho le dijo: «Para, Camilo, que me matas de risa» y, al rato, se murió.

Publicidad

Creer que una mujer joven como Castaño no podía estar con Cela porque era un viejo reprimiendo el deseo natural de estar nosotros los jóvenes era, es y será un pensamiento soberbio. Esta cosa de que las rubias son tontas demuestra que el tonto es uno. Luego están las razones del viejo, que se supone desprecia la intelectualidad para aferrarse a las dos cachas que le pone la vida por delante. Cualquier hombre, y en esto incluyo a los genios de la literatura, se harta de que vengan a analizarle el contexto histórico de su obra, y pretende que le den más amor y menos la turra.

La fama impone a sus titulares cargas que nadie debiera soportar nunca. No hay descanso para el célebre. Uno llega a faraón del Egipto, pongamos, se muere, lo entierran y, cuatro mil años después le abren la tumba, le desbaratan el sarcófago, le desentierran la barca solar y pronto andan los becarios de la universidad de Yale cortándole filetes del hígado con el microtomo para ponerlo al microscopio y haciendo bromas sobre la forma de pasa que adquiere su pene momificado. Eso es una celebridad muerta: una momia expuesta.

Publicidad

A los muertos se les hacen cosas que no merecen ni de vivos. Hay que ponerse en la piel de Cela y entender lo que supone ganar el Nobel de Literatura para que tu viuda te escriba diciéndote que tu nación está perdida, que tu colección de cuadros adorna las paredes de los despachos de unos funcionarios y que después de llorar tu muerte, se fue con un médico más joven que tú. Y que lo lea toda España.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad