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Las reacciones ante el coronavirus en la sociedad globalizada del siglo XXI van del alarmismo a la indiferencia; la constatación, posiblemente, de que hemos salido de la Edad Media, aunque a ratos resulte difícil creerlo. Si viviéramos en la noche de los tiempos, el coronavirus ... avanzaría siguiendo la estela de esas epidemias terribles cuyo espanto empujaba a refugiarse en la divinidad, sea la que fuere, y a ejercitarse en la prácticas mortificantes y en las rogativas. Sin embargo, la mejor prueba de que aún no cabalgan los cuatro jinetes del apocalipsis se halla en las redes sociales –Oráculo de Delfos de la modernidad– donde conviven ejemplos del catastrofismo extremo con recomendaciones ponderadas (mediante enlaces a los medios de comunicación prestigiosos) en pos de la sensatez y del sentido común. Borrando con luz la oscuridad; disolviendo miedos.
Pero el miedo es libre. Y avanza en la dirección que quiere. Lo advirtió hace más de dos mil años Aristóteles: «El hombre tiene mil planes para sí mismo. El azar, sólo uno para cada uno». Yo creo que una forma de escabullirse del miedo, de sortear sus embestidas, es a través del humor, de la risa, igual que esa trinidad de chimpancés que se tapan la boca, los ojos y los oídos para desentenderse del mundo. La apoteosis del chiste y del meme en internet. Sucede que el miedo a veces se agazapa tras ciertas suposiciones y nos impele a hacernos preguntas. A trompadas contra la razón. Si el coronavirus no es nada más que una gripe, ¿por qué el revuelo mundial? ¿Por qué hemos pasado de ver calles de ciudades chinas medio desiertas a saber con certeza que la enfermedad se ha extendido ya a más de 38 países? ¿Por qué crece la población sometida a cuarentena? ¿Es irrelevante el hecho de que existan vacunas para la gripe, pero aún no para el coronavirus? Quizás para tranquilizarnos a diario nos recuerdan que el patógeno resulta menos letal que la gripe, pero mucho más contagioso. Sol y sombra.
Uno de los aforismos más conocidos del físico y divulgador científico Jorge Wagensberg asegura que «una cebra no necesita correr más que una leona, sino más que las otras cebras». Aplicándonos el cuento: procuremos no estar entre los candidatos de riesgo: personas mayores, pacientes con las defensas bajas, enfermos de neumonía… Dicho de otro modo: no pertenecer al grupo de 'cebras' lentas. Pues el azar también interviene en la partida y a cada hombre le reserva, asimismo, su propio plan.
Los diferentes periodos en que un afectado, asintomático, puede transmitir el virus es otra circunstancia que complica la batalla. Las autoridades sanitarias recomiendan no viajar a las zonas de riesgo, pero la cartografía de esas zonas tiene a cada hora que transcurre, perfiles más imprecisos. Seguramente el humor (y lavarse las manos con frecuencia, mi buen Yorick) previenen más que el miedo y algunas mascarillas.
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