El cebo, el naufragio y el atún
La Platería en llamas ·
«Los plenos municipales se visten de sainete para retroceder una centuria, al menos, en ocurrencias»Secciones
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«Los plenos municipales se visten de sainete para retroceder una centuria, al menos, en ocurrencias»Tengo un amigo con barco que insiste desde los inicios del milenio en invitarme a acompañarlo durante alguna de sus singladuras por el Mediterráneo. Nada que hacer. Y no porque desconfíe de su pericia, sino porque palpo su fatal honestidad de hombre de secano, ... la misma que se propaga por un triángulo especialmente náutico entre los vértices extremos que apuntan a la marinería de Alija del Infantado, al almirantazgo de Medina de Rioseco y, por supuesto, al bacalao sublime de Valderas.
Mi amigo, seco y salado como se exige en su tierra, jamás ocultó en veinte años de insistente invitación que mi calidad en su embarcación evolucionaría necesariamente de invitado a grumete en el preciso instante de soltar amarras y que de complicarse la situación en aguas profundas, extremo que ocurre cuando menos se lo espera uno desde los tiempos de Odiseo, podría llegar a deteriorarse en el ínterin que transcurre de una guardia a otra hasta asumir la condición de cebo de atún.
Yo me hago el longuis —expresión y recurso que son herencia de mi abuela— porque no quiero acabar como aquellos cuatro robinsones con quienes se solazó media España gracias a García Álvarez y a Muñoz Seca; cuatro caraduras política y socialmente notables, por cierto, que para cobrarse una juerga bacanal en una finca, de incógnito y sin merma para el relumbrón de sus apariencias, hacen creer a su familia y a la plana sociopolítica de todo Castellón que embarcan en el 'Américo Vespucio' a fin de enriquecer sus vidas monótonas y sacrificadas de despacho con la experiencia inolvidable de la pesca del bonito y que acaban, sin embargo, ejerciendo como náufragos voluntarios en una de las tristes islas Columbretes afanados hasta la desesperación en el empeño de rescatar sus vidas, que no su dignidad.
Quién les hubiera vaticinado entonces a esos cuatro prebostes sinvergüenzas que a un siglo vista de aquella torpe argucia, la tapadera de solazarse en un barco, intachable entonces, rayaría hoy el denuesto. Calculo que desde la resaca de la Expo de Sevilla, tanto la mariscada como el yate encabezan el listado del mal gusto en los ambientes del servicio público y deambulan por el temario de primer curso en asesoría de imagen con un destacado en rojo que reza «evitar su exhibición, por lo que más quieran». Claro, que no siempre es posible evitarlo desde que todo tripulante con un simple móvil puede hacer uso de más recursos multimedia que el obsoleto Bond en toda su franquicia.
Basta el fotograma desenfocado de un prócer en bañador y gafas de sol a sus anchas sobre el talamete de una humilde barquita para que los colmillos se afilen a su alrededor y la sospecha de que alguna inmoralidad yace bajo esa situación brote de súbito, como ese sarampión inexplicable entre los hijos de los terraplanistas antivacunas. Y aunque no haya tal, y la normalidad lo envuelva todo con una suave brisa de verano, siempre habrá alguien empeñado en dibujar croquis fabulosos en el aire o en atar cabos donde sea: al ancla, al timón, a la pierna… aunque acabe yéndose al garete, si es preciso, y a la postre resulta que la especulación hace aguas.
En esta ocasión ha sido Pilar del Olmo la encargada de enredarse con la cabuyería —que a ver quién le echa un cable en una agrupación local en la que quien más quien menos van todos con el agua al cuello— y Óscar Puente ha sido, a su vez, el encargado de regalarnos la imagen hortera a la altura de las Columbretes; ambos envueltos en un sainete que ni García Álvarez, ni Muñoz Seca hubieran maquinado en sus noches de producción cómica y que aún nos tiene reservado un tercer acto que habrá de desvelar el resto de la farsa a fin de averiguar quién ha querido convertir a Óscar Puente en cebo de atún y, por supuesto, quién es el atún que se pretende pescar con semejante carnada.
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