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H a pasado otras veces. Y volverá a pasar, independientemente de cuál sea el partido que gobierne, pero lo cierto es que en España los partidos en la oposición a menudo parecen tender de modo irreprimible al catastrofismo. Sube el precio de la gasolina o ... la luz y se pide a gritos que dimita el gobierno en pleno y se convoquen inmediatamente elecciones. Lo más curioso de todo estriba en que quienes reclaman esto son los mismos que antaño, cuando estaban en el poder, se justificaban apelando a la complejidad del sistema y la inevitabilidad de un determinado orden de cosas. O al revés. Aquéllos que –hace unos años– denunciaban el abuso de algunos oligopolios y la connivencia de los gobernantes al respecto, se escudan, ahora, en la imposibilidad de cambiar a corto plazo el funcionamiento del mercado. Y utilizan parecidos argumentos a los que solían emplear sus rivales.
Lo que no resulta necesariamente una buena táctica para obtener la mayoría suficiente que propicie gobernar, ya que produce la sensación de que hallarnos al borde del abismo o en la decadencia y conflicto perpetuos constituye la situación habitual de la nación. Y la gente se acaba acostumbrando; además de perder la esperanza en que, por la alternancia de partidos en el gobierno, el calamitoso panorama vaya -–realmente– a cambiar. De esta forma, se consolida un fuerte y doble sentimiento de recelo, pero también de sumisión, ante las élites o 'la casta' gobernante del país. No habría remedio –piensan muchos–. Así que mejor dejar las cosas estar y no votar –si se vota– porque se crea en unas ideas o un modelo de mundo, sino por odio al contrario.
Ello no ocurre sólo aquí, en España, pues basta repasar la reciente historia de USA para comprobar que tales actitudes se encuentran muy extendidas en el momento actual. De hecho, las últimas declaraciones de Donald Trump a propósito de la presente coyuntura internacional ofrecen –de por sí– un buen compendio de todo lo dicho y expuesto: Biden debe dimitir porque –según el anterior presidente– ha provocado lo que está sucediendo en Afganistán, es responsable del repunte de contagios de covid-19, «la catástrofe de la frontera, la destrucción de la independencia energética en los EE UU y la paralización de la economía». Para rematar –y siempre de acuerdo con las palabras del exmandatario–, «la dimisión de Biden no habría de ser un gran problema, puesto que no fue elegido legítimamente».
Sin embargo, este radicalismo contra los otros y desmemoria acerca de los errores propios no sería lo más importante. Sabido es que, por ejemplo, la gestión de la pandemia o la preparación de la retirada de las fuerzas norteamericanas de Afganistán por parte de Trump no fueron menos desastrosas; sin hablar del desbarajuste, polémicas y desatinos administrativos ocasionados –bajo su mandato– en la frontera con México. Lo verdaderamente grave de tanta inquina entre iguales es el desprestigio generalizado de la denominada «clase política» e incluso de todas las élites interconectadas con ella. Y es que ha arraigado en la opinión pública una concepción absolutamente negativa de quienes encarnan tanto la élite mundial como la de distintos países. Digámoslo: no sin motivos.
Las élites, hoy, estarían formadas por una sobreabundancia de grupúsculos que se han enriquecido a favor de la no regulación de muchos ámbitos hasta hace poco inéditos o buscando –directamente– los entresijos adecuados para hacer negocio al margen de las normas; por personajes que dan –a ratos– la impresión de ser individuos extravagantes y sin escrúpulos para enriquecerse, cambiando las reglas a su conveniencia; o por turbios y oscuros manipuladores en la sombra, con visiones de lo que debería ser el mundo en un futuro que a no pocos causan inquietud y alarma.
Lejos nos hallamos de la perspectiva que, en el pasado, confería a las élites las mayores virtudes y, desde la cual, se les exigía –al tiempo– las más grandes obligaciones. De ahí, la etimología de la denominación de «aristócratas» que –originariamente– se dio a los pertenecientes a las mismas como personas capaces de establecer «el gobierno de los mejores».
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