Salvador Illa, entre Miquel Iceta y Eva Granados, en la noche electoral. EFE

Cataluña, sigue el bloqueo

«No debería ser imposible el entendimiento entre los constitucionalistas y los independentistas dispuestos a utilizar los cauces constitucionales para conseguir la independencia»

Antonio Papell

Valladolid

Martes, 16 de febrero 2021

Las elecciones catalanas se convocaron y se han celebrado antes de tiempo (las anteriores tuvieron lugar el 21 de diciembre de 2017, convocadas por el entonces presidente Rajoy en aplicación del artículo 155 C.E.) porque con aquella matemática electoral era imposible gobernar. Desde octubre ... de 2017, fecha de la intentona independentista, Cataluña, que tras la huida de Puigdemont invistió presidente a su esbirro Quim Torra tras fracasar un primer intento de Jordi Turull, ha estado prácticamente sin gobierno. Mientras el pospujolismo se dividía irremediablemente (Puigdemont fortalecía JxCat, Mas mantenía el PDeCAT y un grupo capitaneado por Marta Pascal fundaba con escaso éxito el PNC a imagen y semejanza del PNV), las relaciones entre ERC, la posconvergencia y la CUP eran endiabladas, lo que cancelaba cualquier posibilidad de que saliera adelante iniciativa alguna; mientras tanto, Ciudadanos, que había ganado las elecciones, se entretenía en conspiraciones madrileñas y decaía con torpeza inaudita hasta buscarse la propia ruina.

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En definitiva, es tremendamente triste constatar, a escasas horas de las elecciones del domingo, que los soberanistas, obstinados y radicalizados, van a reproducir milimétricamente lo que ya ha fracasado. De hecho, el pacto entre todos ellos para aislar al PSC, que en esta ocasión refleja el término constitucionalista del binomio catalán que ha llevado al Principado hasta la prosperidad de que disfrutaba antes de la irrupción alocada del independentismo rampante, ya permitía presagiar que se produciría una suicida insistencia en el error: si ya se ha visto que ERC y JxCat, los nacionalismos más potentes, uno de izquierdas y otro de derechas (corruptas, por cierto), son incompatibles entre sí, y que la CUP no ha a pactar jamás con JxCat, ¿adónde conduce el pacto excluyente que marginaba al PSC?

Si se aplica el sentido común a los resultados, que otorgan una relevante victoria al PSC y que han dejado en ridículo a la formación de Albert Rivera, parece claro que, ahora que se ha desvanecido el antinacionalismo primario -Ciudadanos- que obstaculizaba por el lado no soberanista cualquier transversalidad, la sociedad cat

alana insiste en la conveniencia de un pacto transversal para gestionar la evidente pluralidad catalana -con los matices que se quiera, la sociedad está fracturada en torno a un eje que separa al soberanismo del constitucionalismo-, en la que deberían de caber los dos hemisferios que configuran a partes prácticamente iguales la comunidad autónoma. La obstinada negativa a un pacto PSC-ERC, ambos socialdemócratas, es suicida y cierra todas las puertas de un futuro razonable.

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El elemento de incompatibilidad que dificulta las formulas transversales, que contradicen el pacto soberanista, es ficticio: es el cumplimiento o no de la legislación vigente, el acatamiento de un Estado de derecho que Cataluña y los principales líderes catalanes del momento constituyente contribuyeron a forjar, con un consenso social abrumador. Miquel Roca, una de las personalidades más preclaras de la época, contribuyó decisivamente a encajar las nacionalidades en el Estado, a redactar una Carta Magna cuasi federal que acogiera las singularidades de los territorios históricos, a hacer posible el 'reinado' durante más de veinte años de Jordi Pujol, que construyó una Cataluña moderna y rica, bien encajada en un Estado con el que no hubo colisiones hasta que la clase política catalana se degradó, se corrompió y se enzarzó en polémicas estériles.

Por decirlo de otra forma, no debería ser imposible el entendimiento entre los constitucionalistas y los independentistas dispuestos a utilizar los cauces constitucionales para conseguir la independencia de Cataluña. Dentro de la ley, son perfectamente posibles las alianzas de esta naturaleza, que tendrían su parangón con otras semejantes en el ámbito estatal. Una sociedad tan madura y adulta como la catalana no puede negarse a sí misma renunciando a una democracia que ella mismo ha creado y establecido y optando en cambio por fórmulas abruptas y primarias de ruptura que generarían tiempos de insoportable inseguridad jurídica como los que arrancaron con las maniobras secesionistas de 2017.

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