Cataluña, cita en diferido con las urnas

A grandes rasgos, mientras ERC –sin renunciar a la retórica independentista– apuesta por el realismo político, el sector de JxCat, apoyado por la CUP y dominado por Puigdemont, se mantiene en la línea legitimista y en lo que se ha dado en llamar «independentismo mágico» que confunde deseos y realidad. La difícil convivencia entre los dos socios se mantuvo gracias a la pulsión hacia la unidad del movimiento independentista frente al enemigo exterior (léase Estado español) y a la espera de la sentencia del 'procés'.

Así, tras la sentencia se asistió a un incremento de las tensiones que bordearon el punto de no retorno cuando ERC permitió con su abstención la investidura de Pedro Sánchez y JxCat votó en contra. La situación se hizo insostenible el lunes pasado cuando Torrent acató la orden de retirada del acta de diputado a Torra, mientras éste instaba a la Cámara a desobedecer. Ahora bien, la decisión del presidente vicario de la Generalitat de convocar en diferido los comicios, después de la aprobación de los Presupuestos, genera una situación anómala. Desde la racionalidad política, tan escasa en las instancias decisorias de Cataluña, habría sido preferible –como sostienen fuerzas tan dispares como PSC y CUP– la convocatoria inmediata de comicios y que fuese el Ejecutivo entrante quien elaborase los Presupuestos sin las rémoras del anterior Gobierno.

En cualquier caso, la cita con las urnas en diferido alarga la legislatura al menos hasta mayo o junio, inaugura una larga campaña electoral sembrada de minas y propicia las maniobras de Torra que procurará desgastar a ERC en el encuentro previsto con Sánchez el próximo 6 de febrero donde previsiblemente adoptará una posición maximalista. Sería un calendario electoral pendiente de la decisión del Tribunal Supremo sobre la inhabilitación de Torra que podría arrebatarle su condición de presidente e impedir su facultad de convocar elecciones, lo cual confiere un elemento de imprevisibilidad al análisis político.

En el bloque independentista la campaña estará determinada por la pugna a cara de perro entre los dos socios de gobierno que se culparán mutuamente de haber roto la unidad y que entablarán una dura lucha por el relato hegemónico. En este marco, el resultado electoral medirá la correlación de fuerzas entre los sectores realistas y fundamentalistas del independentismo. En principio, ERC parece mejor situada, pues JxCat está profundamente dividido entre el sector postconvergente del PDeCat, cercano a las tesis de ERC, que estaría tentado a presentar como candidato al expresidente Artur Mas cuya inhabilitación termina el 23 de febrero, y el sector fundamentalista liderado por Puigdemont, y articulado en la Crida Nacional per la República que no dispone de un candidato claro, dado que sobre la mejor situada, Laura Borràs, pende una investigación judicial por corrupción. No es descartable, aunque sea improbable, que ambas tendencias concurran por separado a los comicios.

Por otro lado, desde hace tiempo se está maniobrando para reunir a los diversos grupos que se reclaman del catalanismo no independentista, operación política que podría obtener representación parlamentaria y romper la actual mayoría absoluta secesionista.

Tras este accidentado mandato resulta impensable que, aunque la aritmética electoral lo avalase, ERC y JxCat repitan coalición de gobierno. Todo apunta a que ERC apostará por un pacto de izquierdas con los Comunes con la benévola neutralidad del PSC, cuando no su activo concurso. En el bloque constitucionalista, la principal incógnita a despejar radica en el reparto del voto derivado del eventual hundimiento de Ciudadanos. PSC podría convertirse en la primera fuerza del constitucionalismo, PP reforzar su precaria condición en Cataluña y Vox obtener representación parlamentaria. Es más, dependiendo de la proporción del trasvase, los socialistas estarían en disposición de disputarle a ERC su condición de primera fuerza política e incluso la presidencia de la Generalitat.

En un panorama tan volátil y plagado de incertidumbres, la larga campaña electoral será determinante para decantar el voto de amplios sectores de ambos bloques. En los anteriores comicios, convocados bajo la sombra de la declaración unilateral de independencia y del 155, se experimentó una polarización de las opciones políticas que beneficiaron a Puigdemont y Cs. Ahora sería lógico que se produjese un anticlímax que favoreciese a las dos formaciones centrales, ERC y PSC, más proclives al diálogo. Ello, a pesar de que los polos de ambos bloques procurarán tensar al máximo la campaña porque, como se comprobó en las recientes generales españolas, todo lo que ocurre en Cataluña impacta directamente sobre el debate político en España.