Todos los procesos electorales, sean del nivel que sean y sea cual sea el momento en que se celebren, tienen su interés y su peculiaridad. También sus efectos y sus interpretaciones. En tanto que son manifestaciones de la voluntad democráticamente expresada de un colectivo, su ... relevancia está garantizada en todo caso. Pero tampoco hay duda de que algunas elecciones, por razones de lo más diverso, adquieren un plus de significación; sea por el lugar y por el momento en que se celebran, sea por las consecuencias y las implicaciones políticas que pueden tener. Todo eso, y algo más, concurre en las elecciones catalanas previstas para el próximo día 14 de febrero, fecha de entrañables evocaciones amorosas, que no estoy yo muy seguro de que se correspondan bien con lo que allí se está ventilando.
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Las razones de la peculiaridad electoral en este caso son abundantes y de entidad. Para empezar, la propia convocatoria. Las anteriores elecciones fueron a finales de 2017 y éstas de ahora, sin que se haya consumado una legislatura de cuatro años, no tienen nada que ver con aquéllas que ganó Ciudadanos, aunque una alianza mal avenida de nacionalistas se hizo con la Generalitat. De entonces a ahora, el 'procés' político y los efluvios independentistas, el otro proceso, el judicial, y la sentencia, y el episodio de la inhabilitación del exPresident Torra, que abocó a este otro proceso, el electoral, en el que estamos. Todo un mundo; como si hubieran pasado veinte años.
Así que el primer elemento especial, como decía, ha sido la propia convocatoria. Fijada inicialmente para el 14 de febrero, se pretendió luego aplazarla a mayo, suspendiendo una dinámica electoral que está muy tasada en las normas jurídicas que la regulan. Se esgrimían razones sanitarias, aunque es muy probable que hubiera otras más directamente políticas, que muchos han relacionado con la entrada en escena del exministro de Sanidad. Cuando el Tribunal de Justicia decidió mantener la fecha, anulando la suspensión, la interesada reacción estaba servida: convocar elecciones es prerrogativa de los gobiernos, no de los jueces. Un argumento aparentemente atractivo, que hasta coló en algunos ámbitos. Pero no hay que engañarse: lo que hizo el Tribunal no fue convocar unas elecciones, ni mucho menos; no fue esa decisión la que juzgó. Lo que examinó fueron los motivos del aplazamiento, incluso la competencia para acordarlo por un President en funciones. Y lo que decidió fue precisamente mantener la convocatoria y dejar sin efecto la desconvocatoria, o la suspensión y el aplazamiento, que tampoco estaba muy claro qué era lo que exactamente se pretendía.
Pero luego está lo demás, el clima, las previsiones, los efectos, las salidas. Si tuvo singularidad la convocatoria, qué decir del clima. El clima electoral es siempre la suma de un conjunto de circunstancias que tienen que ver con factores próximos y remotos. Los próximos: la pandemia, la cautela, el miedo, el recelo a la libre movilidad; todo ello con incidencia ya visible (ni el voto por correo ni las alegaciones para no estar en las mesas electorales fueron nunca tan abundantes) y con la que pueda producirse en la participación, aún por determinar. Los remotos: el devenir del problema catalán a lo largo del tiempo, y más intensamente en estos últimos años, que ha generado ya todo tipo de aspiraciones, pasiones, tensiones y reacciones; seguramente también hastíos y deseos de probar otras vías. En medio de todo eso, la parte estridente del escenario (un referente electoral en contumaz estado de fuga; otros agentes electorales participando en la campaña desde el tercer grado penitenciario), a la que hay que añadir, en sentido radicalmente distinto, la irrupción del exministro de Sanidad con un efecto de revulsivo que ha trastocado sondeos, estrategias y previsiones con notable intensidad. Y detrás de todo eso, la sensación de que el resultado de esta vez, habiendo pasado todo lo que ha pasado, medido en bloques favorables y contrarios a nuevos episodios del 'procés', como sin duda se va a analizar, puede determinar el estado de la cuestión para cierto tiempo y las opciones realistas y útiles para encauzar un asunto de la máxima entidad.
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Por fin, los efectos; en todas las direcciones imaginables, porque en todas se van a producir, o se pueden producir. Vean, si no. Yendo de abajo hacia arriba, las elecciones catalanas van a ser un medidor real del estado actual de la disputa de espacios políticos, de todos los espacios, tal como se vienen distribuyendo. Por supuesto, de la correlación de fuerzas entre los bloques definidos por la posición ante el problema central de la identidad catalana y su relación con España (nacionalistas, no nacionalistas; independentistas, anti independentistas; catalanistas, españolistas; autonomistas, federalistas; porque cada una de estas contraposiciones tiene sus matices); pero también dentro de cada bloque porque las diferencias en lo territorial se combinan con las diferencias en lo ideológico. Dentro de cada bloque hay partidos que se disputan hegemonías entre sí (ERC y JxC son un buen ejemplo en el espacio de los nacionalistas) o con un tercero (con el PSC en concreto, que ocupa un espacio más polivalente); pero hay espacios en los que el efecto del resultado va a ser especialmente revelador (así, entre el PP y Vox, o entre la marca catalana de Podemos y la CUP), sólo por citar alguno. Para otros, caso de Ciudadanos o de la antigua Convergencia, ahora PDeCAT, estas elecciones tienen algo de 'ser o no ser' en el futuro. Vaya si está complicado el panorama; y animado, a la vista de tanta onda expansiva. Y pensemos, además, que para estas comparaciones jugarán los votos y los escaños, que no siempre coinciden.
Porque todavía hay otro nivel, el de los respectivos Gobiernos, que no va a permanecer ajeno a la influencia. Por supuesto, está por medio la propia formación de Gobierno allí, que para eso son las elecciones, con muy variadas posibilidades abiertas, y con muy diversas orientaciones. Pero está el Gobierno de España: tanto la coalición que lo forma, como una parte sustancial de los apoyos que lo sostienen, están directamente afectados por el resultado catalán, y no sólo de forma colateral, ciertamente.
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Claro que sería bueno saber algo más de las intenciones de cada uno en los distintos escenarios; en este caso, además de complicado, tal vez no sea prudente saberlo todo. Aceptémoslo así. Hasta ahora se han hecho más manifestaciones de 'con quién no' y menos de 'con quién sí'. Pero ya dijo aquel prohombre que 'cuando yo digo nunca jamás, me refiero al día de hoy'. Sobrada experiencia nos asiste al respecto. Así que toca expectación, y confiar en que lo que venga luego no complique las cosas más de lo que ya están, sobre todo en el tema que todos sabemos. Ni allí, ni aquí.
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