No se perciben síntomas del fin de la raza humana bajo el techado de madera vieja, colgado del farallón de roca tajada, blanca y caliza que protege la sala principal del yacimiento troglodítico de La Ferrassie. Es este uno más de los lugares emblemáticos del ... llamado Valle del Hombre, medio centenar de excavaciones arqueológicas en las riberas de los ríos Vézère y Beune que escondían los indicios del hombre neandertal, poblador de estas grutas hace 50.000 años. La de La Ferrassie merece mayor atención: hace un año los arqueólogos encontraron la prueba de que aquellos hombres de una raza desaparecida sepultaban ya con solemnidad a sus difuntos. Medio centenar de visitantes admira la reproducción de la escena del primer entierro humano, datado en unos 15.000 años. Cae la tarde y el guía encargado de explicar aquella ceremonia fúnebre se felicita porque la afluencia de visitantes a estas grutas, que albergaron a la raza desaparecida de los neandertales, se ha duplicado este verano.
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A pesar de la obstinación humana, la amenaza del virus mortal y siempre bajo sospecha sí está alterando algunos atavismos y costumbres de la gente. Nadie preveía hace unas semanas la llegada del aluvión turístico que desembarca estos días en la región francesa de Dordoña. Frente a la perspectiva de la tradicional emigración estival masiva hacia el sur, los franceses del norte rico y superpoblado inician estos días de verano lluvioso un éxodo insólito: las rutas del turismo estival son revisadas y acortadas para soportar este segundo año de la pandemia.
El beneficio de la llegada masiva de turistas a la región del Perigord era la gran esperanza secreta de sus ayuntamientos, que han invertido con tesón desde hace décadas mucho dinero, incluso en los pueblos más pequeños, para capitalizar las piedras con historia en sus respectivos feudos: catedrales, castillos, fortalezas, grutas troglodíticas, palacios y paisajes naturales. La Academia Francesa, institución fundada hace casi 500 años por el cardenal Richelieu donde los Inmortales velan por la grandeza cultural del pais, certifica que en Francia siguen en pie más de 40.000 castillos y fortalezas. Dordoña llegaba a contar en la Edad Media, durante las guerras albigenses de religión y la de los Cien Años contra los ingleses, un millar de castillos, fenómeno único que permite atraer hoy hasta aquí a millones de turistas de toda Europa.
Ningún otro país conserva tantos edificios levantados durante las guerras de sus antepasados. He aquí algunos ejemplos. Rocamadour, ciudad medieval colgada de un acantilado, se ha convertido en satélite de Santiago de Compostela para marcar la ruta del Camino. La campana de su iglesia repica cuando el apóstol cura a algún peregrino que ha de completar su viaje para dar gracias al santo. Collonges la Rouge, otra etapa del Camino compostelano, es un modelo de negocio turístico: piedras rojas de sus muros, tejados azules, campanarios románicos y puertas de color bermellón conforman el perfecto mito de la ciudad medieval más apreciada en Francia.
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A estos valles y montañas de Dordoña han venido a esconderse de pestes, guerras, cismas y persecuciones gentes de todos los siglos. Dordoña es un reloj experimental de atracción de visitantes por su largo patrimonio histórico, pues abarca desde el hombre de cromañón hasta los castillos y fortalezas de tantas guerras que en sus ciudades amuralladas se libraron. El turismo boyante está corrigiendo el declive de su población, mermada en una cuarta parte durante el pasado siglo, y aumentando su densidad de 45 habitantes por kilómetro cuadrado, menos de la mitad de la media de Francia. Su economía, basada en la agricultura y la ganadería tradicionales, solo resiste gracias al creciente auge del turismo, ofreciendo gastronomía, montaña, ríos y monumentos históricos en vez de playas.
Ese modelo, según sus gestores, está colmando al vacío poblacional y el reto de la pandemia: a causa de la brújula del contagio alterada por el virus mutante, las pequeñas poblaciones pegadas a las riberas del río Dordoña están recibiendo una invasión inesperada de forasteros. La Francia vaciada se llena estos días de turistas huyendo de la pandemia y ofrece a los ciudadanos capitalinos cobijo sanitario. Llegan ellos con el aviso y el miedo a un virus marcado con la letra delta, la oportunidad de soñar in situ con un pasado glorioso y la seguridad de evitar el contagio del virus desbocado.
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El miedo y el temor al contagio está obligando a los franceses a revisar sus itinerarios estivales y renegar a la obsesiva usanza de playas y balnearios en las costas españolas mediterráneas y atlánticas. El consejo de poner en práctica la mayor prudencia, dictado desde el Ministerio francés de Sanidad, insta a evitar los viajes turísticos hacia el sur. A menos de cuatro horas de Irún, destino vacacional al que reniegan por ahora, los valles de la región de Dordoña forman parte del nuevo destino seguro, privilegiado por los franceses que huyen del litoral español por miedo a la pandemia. Piedras nobles, pueblos milenarios colgados de altas montañas, castillos medievales, grutas de los primeros pobladores de Europa, paisajes espectaculares de rocas escarpadas, bosques impenetrables y rica gastronomía forman parte de la oferta turística que acoge a los veraneantes que reniegan de las playas del sur. El arte de vivir alimentado aquí por la buena mesa y la curiosidad de la historia atenúa el temor al contagio del covid-19 y el aviso de la nueva patente del virus exportada desde la India.
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