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En un significativo recuento de promesas incumplidas, hecho desde estas páginas hace unos días, figuraban –prácticamente– los principales proyectos que Cs y el PP presentaron como grandes reformas de la pasada legislatura. El estratégico adelanto de elecciones y la consiguiente disolución de las Cortes ponían ... punto final a una serie de propuestas parlamentarias: la Ley de Medidas Tributarias, Financieras y Administrativas; la de la Oficina de Prevención y Lucha contra el Fraude y la Corrupción; la de Transparencia, Acceso a la Información y su Reutilización; la de Ordenación, Servicios y Gobierno del Territorio de la Comunidad; y, por fin, la de Garantías de las Personas al Final de su Vida. Largos y farragosos enunciados que han quedado suspendidos del vacío. El vacío de los propósitos inconclusos.
Por mucho que se haya querido justificar el apresurado fin de la alianza, no cabe duda de que en el PP venían siendo muy conscientes de que Cs ya no podría traerles nada más que problemas. De modo que, curiosamente –y por una vez–, Inés Arrimadas parece haber acertado en el diagnóstico: en la cúpula de los «populares» se plantearon cómo contrarrestar el creciente peso de Ayuso y no se les ocurrió mejor invento que acordarse de Castilla y León. Ese espacio hueco y vaciado del que los políticos de uno u otro signo no suelen –ni quieren– acordarse.
A partir de ahí, las incongruencias estaban servidas: después de haberse declarado su amor y fidelidad en repetidas ocasiones, Mañueco e Igea rompieron abruptamente. O, para ser exactos, rompió el primero, mientras que el otro se llevaba un chasco a través de los medios de comunicación. Mañueco, que –hasta hoy– alcanzaba escasa presencia en la escena nacional, apareciendo como un desdibujado epígono de Herrera, protagoniza e impulsa polémicas. Y, con la aquiescencia o no de sus propios mentores, se declara «seguidor» de Ayuso, al menos en la táctica a emplear. De manera que, en esta Comunidad, se ha pasado de la exigencia de restricciones más allá de lo dictado por el gobierno de la nación a una postura de laxa permisividad; de los toques de queda a quedarse viendo lo que pueda pasar; del histerismo ante la salida de la cabalgata de Reyes de hace un año en Valladolid al «ayusismo» para todo; de ser más papistas que el papa a ser más «ayusistas» que Ayuso.
Cuando le preguntan sobre el futuro, Alfonso Fernández Mañueco presume de su convencimiento en que ganará por mayoría y conseguirá gobernar con un PP fortalecido y en solitario, pero esto resulta bastante improbable, viniéndose de donde se viene y yéndose a donde da la sensación de que se va: por un lado, la victoria del PSOE en los últimos comicios autonómicos y el desplome progresivo de Ciudadanos que no podrá servir de apoyo para un nuevo gobierno; más el surgimiento, por otra parte, de una serie de partidos provinciales que amenazan con fragmentar el voto fundamentalmente conservador; de forma que lo que el PP sea capaz de 'recoger' o 'rentabilizar' del predecible desmoronamiento de Cs bien podría perderlo por el ala más derechista de votantes de esta formación, que pasarían a apoyar a esos nuevos partidos o –directamente– a Vox. Un Vox que –según las encuestas– crece en intención de voto y al que Mañueco se cuida mucho de no incomodar, ya que va perfilándose como potencial aliado.
Lo grave de todo ese panorama es que nos jugamos mucho en estas elecciones, porque –procurando ser objetivos– habrá que reconocer que las cosas (sea desde una perspectiva política, económica o social) han empeorado bastante, en general, durante los últimos años. Y que sigue sin haber una idea de Comunidad que supere la suma de provincias y diputaciones; o la necesaria construcción de una identidad en común que garantice un mañana en concordia. Que el movimiento secesionista de León respecto a Castilla gane fuerza y esa misma atomización de la Comunidad en partidos provincialistas son los signos de un fracaso: de la falta de un modelo consensuado e ilusionante; de que la región se asemeja –cada vez más– a un almacén de propuestas fallidas (como las señaladas al inicio) que sus habitantes abandonan.
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