Mi infancia son recuerdos de un niño de Castilla, un viaje de mi padre a Valladolid, los recuerdos paternos del Campo Grande mientras viajó, de niño, a algo de notarías. Después el intruso que fui yo se bañó en el Pisuerga, y en otros ríos ... de la Comunidad. Dicen que el día que me bauticé en Las Moreras salí hablando murciano, lo cual puede deberse a un siluro loco o al sol de un día del Corpus.
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Aquí hay que reivindicar a la Castilla integradora, que lo es sin oropeles ni martingalas. Lo que somos, de Santander a Sevilla, es sólo Castilla. Quien lo niegue se estará negando su propia sangre, sus apellidos, y renegando de su cuna. A Castilla hay que abrirle aún más las ventanas, o quizá sea al resto de este descalzaperros que es España a quienes haya que abrir los ojos legañosos de tanto tópico. Un tópico que, salvo el pobre Antonio Machado, les vino bien a los del 98 para sacarse la trascendencia y ejercer de tales en los cataloguillos de Literatura e Historia. Unamuno no nos cogió el alma, pero tampoco vamos a enmendar al viejo rector, que se trata de celebrar constructivamente la Historia. Acaso porque esta tierra es el colmo de lo plural, y para ejemplo Palencia, donde tuve, 3 meses antes del confinamiento, un -'stendhalazo' a la sombra del Espigüete. Palencia, provincia total.
No sé si saldremos más fuertes según el lema monclovita, pero desde la gasolinera del terruño, con las distancias, hay en el paisanaje una querencia por volver a ser lo que fuimos. Me incluyo en el plural. Con todas las consecuencias que asumo, a finales de abril del segundo año de la pandemia.
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