Pablo Casado le propinó un sopapo el pasado jueves a Pedro Sánchez en la cara de Santiago Abascal. Eso fue lo que pasó en el Congreso durante la media hora que duró el discurso del presidente del PP. Y contra todo pronóstico, pues por ... primera vez en las filas populares se empiezan a usar con inteligencia las tácticas efectistas que lleva desplegando Moncloa a iniciativa de Iván Redondo, mano derecha del presidente, desde que ocupan el Gobierno. Casado hizo saltar la banca por el fondo y por la forma de lo que dijo desde la tribuna. El factor sorpresa también influye en política. Por eso dejó colgados de la brocha a todos y por eso, además de porque era una barbaridad y así se nos había reconvenido desde Europa, Pedro Sánchez tuvo que rectificar su pretensión de reformar el Consejo General del Poder Judicial.
El líder de la oposición logró un tres en uno con su respuesta a la moción de Abascal. Empleó en esa empresa una táctica de defensa marcial básica: usar el impulso y fuerza de quien ataca en beneficio propio. Aprovechó el foco que Abascal y la coalición de gobierno y sus socios pusieron en el voto de Pablo Casado para, como quien devuelve una granada de mano que aún no ha explotado, causar un destrozo en la trinchera enemiga. Primero, formuló un proyecto político alejado por completo de los postulados de Vox y por tanto armado, ya de manera nítida, desde la centralidad. De repente, y a expensas de lo que ocurra en el futuro en aquellas instituciones en las que necesita los votos de Vox, Pablo Casado rompió cualquier puente personal, ideológico o político con la 'derechita temeraria': «No somos como ustedes», «hasta aquí hemos llegado». Lo que les queda es alcanzar pactos prácticos en plazas donde comparten responsabilidades ejecutivas: Andalucía y Madrid principalmente. Pero Casado sabe que el cordón sanitario que le ha aplicado a Vox acarrea pocas consecuencias negativas en el corto plazo. Y las que acarree, deberá asumirlas porque, del lado contrario, lo que ahora destaca como nunca, como un oso disecado en la consulta de un dentista, es la connivencia del PSOE con los radicales de izquierda, los separatistas y los filoetarras.
Segundo, Pablo Casado no tomó la decisión más sencilla, sino la más arriesgada. En su discurso apeló constantemente a lo que debe ser y se espera que sea un partido liberal, de centro derecha, serio, con sentido de estado. Previsible. No hizo ninguna concesión a los cantos de sirena de la indignación populista, la agitación ventajista o la testosterona. En esa decisión vino a respaldar, de hecho, el espíritu de hacer lo que debe hacerse, aunque no sea popular, que inspiró la que adoptara hace unos días Mañueco en Madrid, cuando se sumó a las medidas acordadas en el consejo interterritorial de sanidad. Es vanguardista, es rupturista, es insólito ver a un político salirse del carril del relato...
¿Pero por qué podemos decir que Casado se salió de ese carril? Por lo tercero. Porque eludió más referencias a la fragmentación del voto –ese mantra inútil que tantas veces he criticado en este espacio– como algo achacable a los ciudadanos o incluso al propio Vox. Esa división se producirá siempre que exista un partido como el de Abascal. Pero seguirá sucediendo porque le deje un espacio el PP, no porque los ciudadanos decidan fragmentar su voto. Si el discurso del PP es el de esta semana, Vox quizás conserve un reducto residual de votantes, aunque no representará un problema. Pero si el discurso sigue siendo el de que Vox tiene que desaparecer porque fragmenta al electorado y no se le puede vencer, implícitamente se estará reconociendo una pobre aspiración o complejo de los popularesde convertirse en algo parecido a la ultraderecha. Y perderán el centro definitivamente.