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La casa en llamas
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«La incomprensible delegación de responsabilidades del Gobierno en procura de un puñado de votos para sus Presupuestos ha convertido al país, de facto, en un estado federal»Nos dijeron, recuerdan, que todo iba a salir bien, y que juntos venceríamos al virus y seriamos más fuertes. Eran aquellos tiempos en los que llegamos a sentir hartazgo de 'Resistiré' a fuerza de escucharla machaconamente a todas horas. Los días en los que creíamos ... atisbar una salida al final del túnel y estábamos convencidos de que la llamada nueva normalidad iba a llegar para quedarse. Pero no ha sido así. Visto con perspectiva, aquella ingenuidad colectiva no preveía que iba a darse de bruces con la realidad de una pandemia que está convirtiendo buena parte del mundo en un lugar peligroso para vivir.
España es hoy un carajal de medidas donde unas comunidades aplican el confinamiento perimetral, otras no, algunas lo adoptan por zonas y barrios concretos e incluso se apuntan al cierre por días. La incomprensible delegación de responsabilidades del Gobierno en procura de un puñado de votos para sus Presupuestos ha convertido al país, de facto, en un estado federal. Como oportunamente señaló el expresidente González: «Esto es una puñetera locura». Nadie sabe a qué atenerse, no se tiene claro lo que se puede hacer y lo que no, las reglas varían en función del territorio geográfico en el que se viva y mientras mareamos la perdiz, en un ejercicio para el que faltan calificativos, la sombra de un nuevo confinamiento duro está a punto de convertirse en una realidad.
Hoteles, restaurantes, cafeterías, bares, locales de copas, cines, teatros, conciertos musicales, agencias de viajes, aeropuertos, aerolíneas, taxis, autobuses, empresas de alquiler de coches... la lista de la desesperación es tan larga como impresionante. Alguien le ha dado al botón de 'off' en la economia y todo se ha parado con una contundencia letal. Los servicios de inteligencia trabajan para prevenir episodios de violencia en las calles como medida de protesta por las medidas adoptadas contra la pandemia que dejan en la ruina a miles de familias. Más allá de los energúmenos que han actuado estos días en algunas ciudades españolas por el puro placer destruir mobiliario urbano, lo que preocupa de verdad es el estallido social que viene y puede llevar a asaltar supermercados y tomar la calle al grito de «queremos libertad para trabajar».
Lamentablemente no son hipótesis descabelladas porque el efecto contagio de los arruinados es tan poderoso como el virus. Así las cosas, no se explica como algunos continuan sin entender el afán de muchos estudiantes universitarios de este país por ser funcionarios. A la vista de los Presupuestos Generales del Estado, resulta envidiable la situación de tres millones de empleados públicos sin temor alguno a perder su empleo mientras sus sueldos registrarán el próximo año una subida del 0,9 %, un incremento que sólo se entiende en el caso del personal sanitario en lucha contra la pandemia.
Nuestras vidas cotidianas parecen haber dejado de ser reales, todos nos preguntamos por la salud, conocemos casos cercanos de covid y rezamos para que las pruebas nos den negativas. El virus está en el aire y los contagios se producen a una velocidad que produce miedo. La casa está en llamas, y con ese fuego tendremos que convivir una larga temporada. Otro confinamiento, cada vez más cercano, sería la puntilla definitiva para miles de empresas, autónomos y un colectivo ingente de trabajadores. Pensar que las cuentas públicas que anuncia el Gobierno tendrán que ver algo con la realidad y que se recaudarán más de 8.200 millones vía impuestos, es una quimera que nos hace recordar un certero aforismo económico: «Todo lo que no son cuentas son cuentos».
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