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El pasado día 2, Inés Arrimadas, brazo derecho de Albert Rivera, escribió una melodramática carta a Pedro Sánchez ofreciéndole paternalmente la formación de «un pacto constitucionalista» PSOE-PP-Ciudadanos-Navarra Suma, que proporcionaría «una mayoría sólida» para impulsar «grandes acuerdos de Estado que blinden nuestra ... democracia frente a quienes pretenden acabar con ella, protejan a las familias de políticas populistas ante los nubarrones que se ciernen sobre la economía y el empleo, y permitan superar este largo bloqueo institucional».
Inés Arrimadas ha sido la más estrecha y leal colaboradora de quien ha destruido con su inmensa torpeza una organización política centrista, Ciudadanos, que llegó a una posición envidiable con el mensaje de que pretendía adueñarse del centro del espectro para evitar que este espacio estratégico fuera ocupado por el nacionalismo periférico, como tradicionalmente había venido sucediendo durante toda la etapa constitucional.
Arrimadas tuvo que contemporizar, por tanto, con la postura de su jefe de filas cuando, después de las elecciones de 28 de abril de este año, se negó en redondo, entre insultos y descalificaciones de gran calado, a formalizar el pacto natural de todos los posibles, semejante al firmado por PSOE y Ciudadanos en febrero de 2016, conforme a una pauta que ya había sido trazada después de las elecciones de 2015, cuando Sánchez y Rivera, que reunían conjuntamente 130 escaños, rubricaron el «acuerdo para un Gobierno reformista y de progreso» con 200 atinadas medidas. Como es sabido, aquel pacto no llegó a desarrollarse porque Podemos (69 escaños) no lo permitió, lo que llevó a elecciones.
Con estos antecedentes, la incomprensible y hostil negativa de Rivera después de las elecciones del pasado abril a formar con el PSOE un gobierno de centro-izquierda, que era el 'natural' porque reunía una mayoría absoluta con elementos homogéneos y complementarios, ha sido probablemente el error más abultado que haya cometido un político en estas cuatro décadas largas de democracia política y, al parecer, el propio Rivera ha entendido que su equivocación mayúscula es de tal gravedad que le excluye de la política por el resto de sus días. El descenso de 57 escaños a 10 es descalificante definitivamente. Por ello, resulta incluso jocoso que su 'alter ego' pretenda ahora dar los demás una lección teórica de buen gobierno, patriotismo y sentido del Estado. Primero, porque no es fiar quien ha dado tantos virajes ideológicos, y segundo, porque la incapacidad de interlocución de quien todavía se cree representante de una opción que desaparecerá si sus supervivientes no dan un decisivo golpe de timón es sencillamente nula. Con Toni Roldán al frente, Ciudadanos podría albergar alguna esperanza; con Arrimadas, el partido seguirá la misma senda hacia el despeñadero que recorrió UPyD, dirigido también por una brillante y voluble 'ideóloga'.
Por lo demás, la formación de un núcleo constitucionalista homogéneo y cerrado que arroje a las tinieblas exteriores a cualquiera que pretenda exhibir y reivindicar su singularidad es la mejor manera de destrozar esta España, que ha sobrevivido más de cinco siglos exhibiendo gozosa su diversidad. Y que sigue, con sus conflictos, perfectamente unida porque, tras la negra etapa de la dictadura, fuimos capaces de dotarnos de una Constitución tan firme como generosa que ha encarrilado toda esa diversidad en una unidad que a veces ha de confrontarse con intentos heterodoxos pero que resiste los embates.
Lo que debería hacer Arrimadas, más que escribir cartas, es meditar sobre la envergadura y la causa del desastre que ha contribuido a engendrar. Ya es evidente que Cs no tiene la solución a los problemas de este país, y es una gran temeridad que trate de seguir adoctrinándonos como si nada hubiera ocurrido. Cs tiene, en gran medida, la culpa de las dificultades por las que atraviesa la política española, porque no ha sabido estar a la altura ni leer el mensaje que han lanzado reiteradamente los propios ciudadanos. No nos vengan ahora sus epígonos a dar lecciones.
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